En algún momento, todo ser humano ha comido de forma impulsiva y excesiva, bien sea a solas o en un ambiente social. Estos atracones que duran pocos minutos llevan después a un sentimiento de arrepentimiento por no haber sabido controlar esa necesidad. Para algunas personas, esto se convierte en una dinámica habitual que genera serios problemas.
El hambre emocional se produce cuando desligas los alimentos de su función de nutrición y comienzas a utilizarlos como un regulador de tus emociones. Pierdes de vista que aquello que ingieres ha de ser una fuente de energía del cuerpo y le atribuyes a la alimentación otras funciones poco adecuadas.
Este problema se caracteriza de dos aspectos: la necesidad de comer, incluso sin sentir hambre fisiológica y el sentimiento de culpa que sucede tras la ingesta de comida. Aunque no es sencillo, podemos diferenciar el hambre real del emocional, debido a que este se va creando y te permite decidir libremente que comer.