Por: José Luis García Cabrera
CIUDAD DE MÉXICO.- Cuando al poco tiempo los resultados de las pesquisas le fueron entregados a López Obrador, más que enojarlo sirvieron para revivir su vieja ansia de castigar a los responsables de la inmundicia que inundó al país y permitió que los expresidentes atesoraran riquezas mal habidas por treinta años.
Si López Obrador no sospechara siquiera parte de lo que le informaron durante el hallazgo, seguramente se hubiera horrorizado de todos los actos de corrupción y saqueos que a la sombra del poder cometieron los expresidentes y sus cómplices. Lo mejor de lo que le enteraron fue que muchos de esos eventos delictivos aún pueden ser castigados.
–Pero ¿de quién nos valdremos? –preguntó con inquietud uno de sus colaboradores.
–Seamos realistas –contestó el Presidente–, su complicidad con el narco desquició al sistema político y dio paso a un narco Estado. El narcotráfico penetró profundamente a los tres poderes desde sus raíces, desde los tres niveles de gobierno: federal, estatal y municipal. Por donde quiera que apretemos saltará pus.
–Si todo está podrido, ¿qué haremos? –insistió el colaborador.
–Debemos restaurar el sistema político; es urgente y necesario, si queremos un país justo.
El mandatario guardó silencio unos segundos, y cuando observó que tenía la atención completa de su grupo compacto, el de su absoluta confianza, agregó:
–Todo comenzó desde los congresos de la Unión. Los expresidentes los conformaron para que les avalaran todo en la más completa sumisión: Presupuestos, precios del barril de petróleo, inflaciones y recesiones, transferencias del gasto, retener los recursos a las administraciones adversas, reconocimientos y aplausos a ladrones de cuello blanco, a los favoritos y cómplices. Para que guardaran silencio por las masacres, disimularan ante el desmantelamiento del Estado, la entrega de la banca al extranjero; aprobaran rescates bancarios y carreteros, los incrementos de impuestos… En otras palabras, convirtieron a los congresos de la Unión en una Oficialía de Partes para sus caprichos.
–Bueno, señor, no todo está perdido. Aún contamos con los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, representantes del Poder Judicial federal –se apresuró a decir el colaborador.
–¡Ah!, los ministros –dijo López Obrador con desilusión.
–Esos mismos, Presidente.
–Salvo honrosas excepciones –dijo López Obrador–, ministros, magistrados, jueces y fiscales han sido señalados de estar sumidos en el pantano de la corrupción, de incrementar sus riquezas fraudulentas y mal habidas. Durante la larga etapa de los regímenes pripanistas corruptos, se hicieron de la vista gorda de los robos a las zonas arqueológicas, las subastas petroleras, de la usura bancaria; no tocaron ni con el pétalo de una rosa a quienes saquearon el país desde la inmunidad absoluta, y casi acabaron con las empresas nacionales para favorecer a las extranjeras.
“Podríamos decir que con sus togas y birretes, fueron representantes de la corrupción institucionalizada, la vulnerabilidad económica, el sindicalismo vertical y venal, la mediatización de la justicia, las amenazas a la prensa crítica, la invención de delitos a los opositores, la mentira y el engaño cotidiano. La negación absoluta de las luchas por la soberanía. Y apoyaron sin reservas la matanza de estudiantes, las masacres de Aguas Blancas, Acteal y Ayotzinapa. El único límite de esos hombres y mujeres fue el fondo de sus bolsillos”.
–¡Ah!, los ministros –repitió, decepcionado el colaborador.
–¡Vamos!, aunque sé que no será fácil –dijo el Presidente–. Hablaremos con los ministros de la Suprema Corte (continuará).