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22 noviembre, 2024

nacional

Monsiváis, ejemplo moral.

Monsiváis, todo, menos un maestro.

–Es más que sabida la relación que usted tenía con Carlos Monsiváis. ¿Nos podría platicar alguna anécdota, algún recuerdo, qué es lo que más le agradece?

–¡Híjoles!, pues Carlos era todo menos un maestro, en el sentido didáctico de la palabra. Era un maestro de generaciones y del pueblo, de la sociedad, del periodismo, de la escritura y de hasta la antropología social; un pensador, un tipo que hacía arqueología urbana y humana.

“En fin, era una persona que en sí misma encerraba todos sus conocimientos en esa capacidad de darla a todos, a veces con un lenguaje muy barroco y alambricado, y si se daba a la tarea de investigar y de asumir el lenguaje como un campo de trabajo muy extenso, por lo tanto era un conocedor; tenía un vocabulario muy grande, eso que llamamos palabras domingueras, pero siempre las recreaba, siempre pensó que las palabras, que la extinción de una palabra, era la extinción de algo, así como se dice que la extinción de una lengua es la extinción de una cultura de la visión del mundo, también la desaparición de las palabras van acabando con los matices y entonces el cabroñón.

“Se va construyendo como la única lengua y entonces también se empobrece. El uso del wey, de cabrón, de todo esto, pues se vuelve tan polifónico y tan polifacético, que termina empobreciendo el lenguaje. Él siempre se preocupó por investigar las palabras, por usarlas, intentar volverlas lenguaje cotidiano, cosa que era muy difícil y la gente lo veía como pedante. Pero lo interesante era el ver esta traducción de la alta cultura a la cultura popular, como el intento de pasar de esta complejidad cultural de las grandes artes o la alta cultura y siempre planteando el vaso comunicante con la multitud, con el pueblo llano, con lo que se llamaba el peladaje antes.

TENDÍA PUENTES
“O sea, nunca renunció a sus orígenes que le cuestionaba Octavio Paz a Carlos Monsiváis: para qué le dedicas tanto tiempo a la fotonovelas, a los cómics, a la cultura popular, pues porque ahí abrevaba, o sea en la familia Burrón, de sus lecturas del Fantomas, hasta de los cómics de Vargas Dulché extraía cosas, para comunicar lo que él quería y tendía puentes para los dos lados: para el público oculto concebido entre la multitud y de la cultura al revés; esa parte me parecía a mí interesante, ahora que le agradezco a él, como ejemplo moral, porque él no era un maestro en estricto sentido, pero el ejemplo moral que al menos uno podía deducir de su comportamiento, pues era muy importante y funcionaba a partir de la indignación moral, frente la injusticia, frente a hechos dolorosos, terribles, siempre había un mecanismo de sobrevivencia humana que era esta indignación, esta capacidad de decir no; esto me entristece, me enoja, me indigna, pero no basta la indignación, hay que darle cuerpo, hay que darle voz, coherencia, argumento, hay que construir la crítica, que esa crítica también tiene que problematizar el tema para poder tener una visión más compleja y al mismo tiempo mucho más preciso.

“Todo eso aquí está, como aprender a pensar, como aprender a hablar, como razonar y construir las frases, o sea, muchas cosas que se dan por hecho. Era fascinante ver a una persona que los hacía realidad; todo el tiempo estaba pensando frases, generando concepto, todo el tiempo estaba como jugando al demiurgo, con el lenguaje, con el conocimiento. Su mayor parte de conocimiento era libresco, era de lecturas de “tol”, y a diferencia mía que sí tengo una cultura de libros, por supuesto me encantan, pero tengo una experiencia diversificada; era una experiencia interesante ver cómo en estos conservatorios, en estas formas de convivencia, el contraste de visiones, esté y al final de cuentas luchar contra la ignorancia, en todas sus vertientes, y contra la violencia.

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LAS ENSEÑANZAS
“Son tres enseñanzas que aprendí de la convivencia con Carlos, y que yo espero que me haya hecho mejor persona, mejor periodista y, por supuesto, mejor servidor público, porque finalmente son vasos comunicantes que se toman, y yo terminaría diciendo que no conocí a una persona que trabajara tanto como Monsiváis; leía un libro al día, se veía una o dos películas, leía todos los periódicos, leía las revistas, atendía, escribía sus ensayos, sus artículos, todo el tiempo estaba trabajando, bueno también su vida pública era muy intensa, y es el único capaz de dar cuatro conferencias al mismo tiempo y no aparecer en ninguna, pero estaba anunciado y era demasiado; era un personaje muy interesante.

“Pero yo me quedo con el amigo, con el compañero de causas y por supuesto con el maestro periodista, cronista y pensador que ha sido, y que ha dejado un vacío muy grande en este país, ese hueco es muy difícil de llenar; nadie tuvo tanta conciencia de lo popular y de lo popular a la construcción nacional como él, y por eso decía que la historia de México era una historia de resistencia, de la resistencia por los pueblos o del pueblo de querer prevalecer sobre las elites, es decir, luchar por sus derechos, de la nación frente a las metrópolis, en su derecho a la soberanía y su capacidad de la auto-determinación, o de la lucha de las mujeres contra la acción, o la lucha de la comunidad lésbico gay o LGBBTI, por el derecho a la diferencia y el respeto a las diferentes formas de sentir y de amar.

“En fin, él venía de una cultura de minoría religiosa, ligada a los
evangélicos, muy estigmatizada en este país y este país ha ido superándose, pero antes era mucho más estigmatizado y el vivir de esta manera, con el estigma, marginado, marginado por su religión, por ser hijo de madre soltera, por venir de un barrio popular, por su forma de sentir y de amar contra la normalidad. Entonces, de esta idea que él después la formula con un libro que se llama Lo marginal en el centro, hablando de Salvador Novo, y que esa formulación tiene mucho de lo que es él, de cómo estaba en el centro y de cómo también en la vida social, lo marginal se pone en el centro, y como los derechos de las minorías terminando siendo los derechos de todos”, concluye.

FIN

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