Síguenos

¿Qué estás buscando?

26 abril, 2024

En 1971, el libro de Poniatowska es un testimonio polifónico dividido en dos capítulos.

México

Poniatowska: Regreso a Tlatelolco

CIUDAD DE MÉXICO. Era jueves 3 de octubre de 1968. Elena Poniatowska, reportera de Novedades, con 36 años y un hijo recién nacido se levantó temprano para recorrer la Plaza de las Tres Culturas.

En Tlatelolco, la periodista encontró un “estado de sitio”: camiones del Ejército, tanques, soldados apostados en todos los rincones del conjunto habitacional, trabajadores limpiando la explanada manchada de sangre, vidrios rotos en los locales de las plantas bajas de los edificios, y decenas de zapatos tirados en las jardineras de la zona arqueológica.

Los periódicos del día reportaban que en el lugar se había librado un “enfrentamiento” entre el Ejército y estudiantes, a quienes llamaban huelguistas, terroristas, francotiradores… “Tlatelolco: campo de batalla”, tituló El Universal.
“Recio combate al dispersar el ejército un mitin de huelguistas”, encabezó Excélsior. “Muchos muertos y heridos. Balacera del Ejército con estudiantes”, reportó La Prensa.

“Francotiradores abrieron fuego contra la tropa en Tlatelolco”, informó El Sol de México. “Sangriento encuentro en Tlatelolco. Represión inmediata de disturbios y escándalos”, advirtió El Heraldo. En realidad, se había tratado de un enfrentamiento entre el Batallón Olimpia (un cuerpo de militares vestidos de civil) y el Ejército. Una operación orquestada para disolver el movimiento estudiantil que, desde mediados de julio, había movilizado a miles de jóvenes en la Ciudad de México, y que el gobierno del priísta Gustavo Díaz Ordaz consideraba una amenaza a los Juegos Olímpicos que habrían de inaugurarse el 12 de octubre.

Cincuenta años después de los hechos, Elena Poniatowska recuerda así aquel día: “La noche del 2 de octubre, a las 8 de la noche, quizás 8:30, me habló una muy querida amiga, María Alicia Martínez Medrano… ella y Margarita Nolasco habían estado en Tlatelolco y me dijeron: ‘Es terrible, están perforadas todas las puertas de los elevadores, hay sangre en los pasillos, en las escaleras, vimos una cantidad enorme de zapatos de la gente que se iba escapando entre las ruinas prehispánicas; hay gente muerta, llovió muchísimo, durante mucho rato, agarraron y desnudaron a los líderes o a los que consideran líderes… Tienes que ir para allá’”.

La periodista había tenido a su hijo Felipe en junio, por lo que esa noche prefirió quedarse en casa, para poder ir el jueves a primera hora.

Casada con el astrónomo Guillermo Haro, Elena Poniatowska pudo conocer –primero en su casa– relatos de primera mano de quienes estuvieron aquel 2 de octubre en Tlatelolco. Y después, en la cárcel de Lecumberri, recogió los testimonios de los principales dirigentes del movimiento estudiantil: Gilberto Guevara Niebla, Raúl Álvarez Garín, Luis González de Alba, Salvador Martínez della Rocca El Pino, Félix Fernández Gamundi, Eduardo Valle Espinoza El Búho, Pablo Gómez, Gustavo Gordillo…

Advertisement. Scroll to continue reading.

Los testimonios se fueron acumulando en notas apiladas sobre la mesa de trabajo de Elena Poniatowska, pero nunca llegaron a publicarse en Novedades, el periódico de la familia O’Farrill que, al día siguiente de la matanza, había informado: “Balacera entre francotiradores y el ejército en Ciudad Tlatelolco. 25 muertos y 87 lesionados. El general Hernández Toledo y 12 militares más están heridos”.

Por esos días, previos a los primeros Juegos Olímpicos a celebrarse en un país latinoamericano, estaba en México la periodista italiana Oriana Falacci, quien acudió al mitin de Tlatelolco y resultó herida en medio de las ráfagas. Poniatowska fue a verla al Hospital Francés, entonces ubicado en la calle Niños Héroes.

• • •

Es domingo 16 de septiembre de 2018. Elena Poniatowska, escritora reconocida mundialmente, ganadora del Premio Cervantes de Literatura, regresa a la Plaza de las Tres Culturas.

Camina por la enorme explanada, donde aún se proyecta la sombra matutina del edificio Chihuahua. Cuenta los pisos, tratando de ubicar el balcón en el que estaban los dirigentes del movimiento estudiantil aquella tarde del 2 de octubre de 1968.

Detenidos en el edificio Chihuahua.

Se detiene un momento frente a una estela de cantera que se levanta en medio de la plaza -un memorial con los nombres de algunos de los caídos, promovido por Raúl Álvarez Garín y el Comité 68–. La escritora lee el poema que ella misma le pidió a Rosario Castellanos para ser labrado sobre la roca: “¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. / Al día siguiente, nadie. / La plaza amaneció barrida. / Los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. / Y en la televisión, en el radio, en el cine, no hubo ningún cambio en el programa. / Ningún anuncio intercalado. / Ni un minuto de silencio en el banquete / (Pues prosiguió el banquete)”.

Advertisement. Scroll to continue reading.

No es la primera vez que Poniatowska regresa a Tlatelolco; ha estado ahí infinidad de veces, la última, en un mitin de Andrés Manuel López Obrador. Pero camina como quien redescubre un escenario ya olvidado, tratando de ubicar el pasillo por el que se introdujo a la Plaza aquella madrugada del 3 de octubre.

Voltea a ver las ruinas arqueológicas, y recuerda que ahí estaban –tirados, desordenados– los zapatos de quienes perdieron la vida, de los que salieron huyendo descalzos.

Antes de entrar al edificio Chihuahua, voltea hacia el poniente y señala el convento de Santiago, un monumento colonial del siglo XVII, testigo mudo de la represión.

La escritora de 86 años accede a subir tres pisos por la escalera del edificio Chihuahua, para visitar el balcón donde estaban los oradores del mitin del 2 de octubre. Desde ahí, fue visible la luz de bengala que sirvió de señal para que el Batallón Olimpia abriera fuego, provocando la respuesta del Ejército, y la muerte de decenas de civiles en el fuego cruzado.

En los pasillos del Chihuahua –recuerda Poniatowska– fueron detenidos los líderes; desnudados y sometidos, antes de su traslado al Palacio Negro de Lecumberri. Otros fueron llevados al Campo Militar número 1; otros, a los separos de la DFS; otros, simplemente desaparecieron…

Desde el balcón se observa un altar prehispánico en forma de circunferencia, que la escritora ubica como una piedra de sacrificios. Atrás del balcón, se extienden los pasillos en los que fueron acomodados los cadáveres de los estudiantes, sacrificados aquella tarde de 1968.

Al bajar del Chihuahua, la escritora camina hasta la iglesia, entra a ella y, con cierto asombro, observa la austeridad del recinto.

Advertisement. Scroll to continue reading.

“Son franciscanos… pero no le abrieron a los estudiantes que les pedían auxilio”, lamenta.

Sin embargo, cuando una beata de la congregación le pide que escriba de su templo, para ver si así alguien se acuerda de donar para su mantenimiento, ella sólo sonríe, pronuncia un “sí” como mentira piadosa, y hasta accede a tomarse una selfie con la mujer, que seguramente ignora lo ocurrido en la puerta del convento hace 50 años.

Antes de que Poniatowska abandone la Plaza, se escucha el sonido de aeronaves militares que cruzan el cielo de la Ciudad de México. Arriba del edificio Chihuahua, pasan helicópteros MI-17 y Black Hawk, jets F-5E, aviones caza, cargueros y bombarderos… Es el desfile militar del 16 de septiembre.

La gente que pasea ese domingo en Tlatelolco se emociona al ver las 192 aeronaves que la Fuerza Aérea Mexicana puso a volar en el último desfile aéreo del Presidente Enrique Peña Nieto. Elenita apenas voltea a ver esas máquinas de guerra.

Con información de Agencia Reforma.

Te puede interesar

Advertisement