CAMPECHE. Bajo el sol inclemente, con sombrillas, niños en brazos y abuelitas aferradas a la tradición, cientos de campechanos hicieron fila este domingo para tocar y besar al Cristo Negro Señor de San Román, en el 460 aniversario de su llegada a tierras campechanas.
Nada detuvo a los devotos, que desde temprano abarrotaron el barrio más emblemático de la capital para renovar una fe que sigue tan viva como hace siglos. El momento más esperado tras la misa quedó expuesta en la iglesia para que los fieles pudieran acercarse, pedir milagros y agradecer lo recibido.
Entre lágrimas y sonrisas, muchos aseguraron que la paz que sienten al tocar al Cristo no se compara con nada. “Salud, sobre todo salud, porque no ando muy bien, y ser felices igual”, compartió Raquel López, quien ha acudido a esta tradición desde niña.
Para Don Luis, la fuerza deeste acto es simple: “La fe. La fe de estar aquí con el Señor de Cristo Negro. Reconforta venir, venerarlo, besarlo. Da tranquilidad”. Elisa Redondo, otra feligresa, coincide: “Es importante venir a reconfortarse aquí en la iglesia, en un Cristo que lleva más de 460 años con nosotros”.
La devoción al Cristo Negro no solo es un ritual religioso, es también un lazo cultural que conecta generaciones en Campeche. Padres, hijos y abuelos se dan cita cada septiembre para mantener viva una historia que se remonta a 1565, cuando la talla de madera, elaborada en Italia, sobrevivió un temporal en altamar y, según la tradición, guio la nave que la traía hasta la costa campechana.
Aquel hecho fue visto como un milagro, y desde entonces la imagen se convirtió en el corazón espiritual de la ciudad. Hoy, más de cuatro siglos después, las filas interminables, los rezos y las manos extendidas hacia la imagen confirman que, en Campeche, la fe no pasa de moda: se hereda, se celebra y se mantiene como parte de la identidad de un pueblo que cada septiembre se reencuentra con su propia historia.
