CAMPECHE, CAMP. Bajo un sol tibio y un aire que olía a flor marchita y nostalgia, los cementerios de la capital se transformaron este 2 de noviembre en el escenario del reencuentro más vivo del año. Pero en el panteón Jardines del Ángel no hubo silencio que no rompiera una oración ni tumba sin una flor; familias enteras llegaron en autos, motos y bicicletas para hablar con sus seres amados que hoy no están en este plano. Desde temprano, los pasillos del camposanto se llenaron de murmullos y risas entre lágrimas. Doña Lenny Fernández, con un ramito en la mano, visitó la tumba de su esposo Martín. “Vengo cada año, pero también cuando lo necesito — dijo—. Aquí uno se calma, es como si todavía estuviera”.
A unos metros, Rita Peralta dejó un juguete junto a la cruz blanca de su sobrina de apenas cuatro años. “Vengo a visitar también a otros de mis familiares, pero ella se fue muy chiquita, pero siempre está en la casa, en el altar”, contó.
El ambiente no era de luto, sino de memoria. Olga Centurión llegó con flores frescas para sus padres; Don Fernando Brito y su hija Olga limpiaron con esmero la lápida de su madre y sus abuelos. “No los olvidamos —dijeron—, ni en estas fechas ni nunca. A veces basta una flor o una oración para sentirlos cerca.”
Mientras algunos cantaban, otros rezaban o simplemente se quedaban en silencio frente a las tumbas, el olor del incienso se mezclaba con el del pibipollo que muchas familias habían dejado en los altares domésticos.
En casa, los recuerdos también se sirvieron con fruta, dulces y rezos, porque la tradición no se queda en el cementerio: se cocina, se comparte y se conversa.
Este Día de Muertos volvió a demostrar que Campeche no entierra el amor. Lo cultiva entre flores, lo cocina en los altares y lo revive cada año, con la certeza de que la muerte no es olvido, sino otra forma de quedarse.

