La tragedia que sacudió la Calzada Ignacio Zaragoza en Iztapalapa en la Ciudad de México, no es solo un lamentable accidente, sino un recordatorio de las fallas sistémicas que persisten en nuestra infraestructura y regulación. Las cámaras instaladas cerca del lugar captaron el momento en que una pipa, presumiblemente por exceso de velocidad —ya sea por imprudencia del conductor o por una falla mecánica—, perdió el control en una curva, volcó y explotó.
El saldo preliminar es devastador: Ocho personas muertas y 94 lesionadas. Pero la historia no termina ahí. Ahora, la trama se enreda en un tira y afloja burocrático. La Semarnat asegura que la pipa no estaba registrada, mientras que Silza, filial del Grupo Tomza, insiste en que cuenta con tres seguros. Este no es un detalle menor.
El historial de accidentes de Silza, que arrastra incidentes desde 2013, pone en tela de juicio la supervisión de las autoridades y la responsabilidad de las empresas. ¿Cómo es posible que una compañía con un expediente tan accidentado siga operando sin un escrutinio riguroso? ¿Dónde está la autoridad que debería garantizar la seguridad de los ciudadanos?
ABUELA HEROÍNA
En el caos abrasador del Puente de la Concordia, donde el fuego devoró sueños y vidas, Alicia Matías Teodoro se convirtió en un faro de amor inquebrantable. Esta abuela de 54 años, checadora de combis en el paradero de Santa Marta, Iztapalapa, no dudó en cubrir con su cuerpo a su nieta Zule, de apenas dos años, cuando una pipa con 49 mil 500 litros de gas LP explotó.
Hoy, Alicia lucha por su vida en terapia intensiva, con quemaduras en el 98 por ciento de su cuerpo, mientras Zule, su “azul”, permanece estable, con heridas en rostro, brazos y piernas. En medio del dolor, la historia de esta abuela heroica se ha convertido en un símbolo de sacrificio y amor familiar, resonando en los corazones de una comunidad marcada por la tragedia.
El momento del estallido fue un infierno en vida. La explosión, que dejó seis muertos y 90 heridos, convirtió la Calzada Ignacio Zaragoza en un paisaje de fuego y desesperación. Alicia, que ese día cuidaba a Zule porque su hija, madre soltera, no podía llevarla a su trabajo, actuó por instinto.
“Mi mamá siempre fue así, protegiendo a los suyos”, cuenta su hija entre lágrimas, aferrada a la esperanza de que los médicos del Hospital Regional “Zaragoza” del ISSSTE logren salvarla. Sandra, hermana de Alicia, agrega con voz quebrada: “Es una guerrera. Poca gente hubiera hecho lo que ella, cubrir a su nieta con su propio cuerpo mientras el fuego la consumía”.
Por su parte, un policía, testigo de la escena, corrió junto a Alicia sosteniendo a la pequeña, una imagen capturada por transeúntes que ahora recorre el mundo, mostrando el rostro más humano de la tragedia.
La vida de Alicia siempre estuvo tejida de esfuerzo y cariño. En el paradero de Santa Marta, donde el bullicio de las combis marca el ritmo del día, ella era conocida por su calidez y su sonrisa, siempre atenta a sus hijas y su adorada nieta, a quien apodaba “mi azul” por su mirada brillante.
“Era su bebé”, recuerda su hija, quien ahora ruega por un milagro. “No le tocaba estar ahí, solo trabajaba y cuidaba a Zule”, dice, mientras las autoridades médicas aseguran estar haciendo todo lo posible.
Un vecino, que vio a Alicia envuelta en llamas sosteniendo a la niña, no oculta su admiración: “Fue impresionante. Corría con la bebé en brazos, buscando salvarla aunque ella misma estaba ardiendo”.
La comunidad de Iztapalapa, golpeada por el desastre, se ha unido para apoyar a la familia, recolectando ayuda y exigiendo atención médica integral para ambas.
Mientras Zule, con quemaduras menos graves, muestra signos de recuperación, la lucha de Alicia es un recordatorio de la fragilidad de la vida y la fuerza del amor.
La familia, aferrada a la fe, pide oraciones y recursos para cubrir los gastos médicos, mientras la Fiscalía de la Ciudad de México investiga las causas del accidente que ha destrozado tantas vidas.

