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18 mayo, 2024

Vivir Bien

Velen hasta que llegue el señor a rendir cuentas

Evangelio según San Marcos: 13, 33-37

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento. Así como un hombre que se va de viaje, deja su casa y encomienda a cada quien lo que debe hacer y encarga al portero que esté velando, así también velen ustedes, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada.

No vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo. Lo que les digo a ustedes lo digo para todos: permanezcan alerta".

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

OBISPO

Este domingo comienza el Adviento Litúrgico, que durará hasta el día de Navidad.

El Adviento Litúrgico es el tiempo que la Iglesia quiere que los cristianos dediquemos a prepararnos para conmemorar dignamente el aniversario de la venida de nuestro Señor Jesucristo al mundo, acontecimiento que, como sabemos, ocurrió hace ya dos mil diecisiete años. El Adviento Litúrgico se refiere a la preparación litúrgica. El color morado que usamos en las celebraciones de Adviento significa preparación y penitencia, porque queremos llegar a la Navidad con el alma limpia.

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También es propia de este tiempo la que llamamos "corona de Adviento", que son las cuatro pequeñas velas de esta corona, que significan la luz de Cristo que debe alumbrar nuestro camino hasta el día de Navidad. Tres de estas velas son de color morado, penitencia, y una de color rosado, alegría propia del tercer domingo, domingo Gaudete, por la alegría que nos proporciona la cercanía de la Navidad.

Frente a este Adviento Litúrgico está el Adviento Espiritual, que a nosotros nos dura toda la vida, porque toda la vida es tiempo de preparación para encontrarnos definitivamente con Cristo, cuando Dios nos llame a su lado. Las lecturas bíblicas de estos cuatro domingos del Adviento Litúrgico se refieren al Adviento Espiritual, tiempo de preparación para la llegada del Reino de Dios, de la parusía, tal como lo entendieron los judíos durante siglos. El color propio de este Adviento Espiritual sería el color verde, que significa esperanza.

De hecho, el color verde es el color que usamos en la liturgia durante todo el tiempo ordinario, porque, como hemos dicho, toda nuestra vida es preparación y esperanza en nuestra Pascua definitiva, junto a Cristo, que ocurrirá después de nuestra muerte.

Nuestro Adviento Litúrgico debe ser también un recuerdo del largo Adviento Judío, que duró siglos esperando al Mesías. Comencemos hoy, pues, nuestro corto Adviento Litúrgico, sin olvidar que toda nuestra vida es un Adviento Espiritual en preparación para la muerte. Un tiempo en el que deben predominar las virtudes de penitencia interior, lucha contra el pecado, y esperanza en que la presencia redentora de Cristo nos salvará, siendo la luz y el camino que nos guiará hasta nuestro encuentro definitivo con Dios nuestro Padre.

Vigilemos, pues, y oremos durante todo este tiempo y durante toda nuestra vida para que, cuando Dios nos llame, nos encuentre bien preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora en que va a ocurrir este encuentro.

Sobre la actitud de vigilancia, para estos días de Adviento es el Señor quien nos la recomienda insistentemente: "Al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, al amanecer" las cuatro vigilias en que se dividía la noche. Velen como el vigilante de una obra en construcción, como el jugador que espera que el entrenador le ponga a calentar, o el hombre de negocios, la ocasión propicia; como el profeta a la escucha de cualquier signo, como la esposa que espera la llegada del amado, como el guardaespaldas para defender a la persona encomendada. Necesitamos velar para reconocerlo y acogerlo.

Es lo propio del Adviento. El Señor está cerca. El Señor viene. Es el tiempo de la preparación de nuestro interior.

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"Miren, vigilen, Velen". Son tres palabras y una misma actitud. Mirar es ver con detenimiento y profundidad.

Mirar es fijar los ojos con interés y con alguna esperanza.

Mirar es dejarse sorprender. Miremos de verdad a las personas, a las cosas, a los acontecimientos, a la vida. La vigilancia es fruto de la fe, de la esperanza y del amor. Vigilamos cuando esperamos, vigilamos cuando creemos, vigilamos cuando confiamos, vigilamos cuando amamos. No dejemos de velar. Velen, porque Dios es sorprendente.

El viene siempre, pero no sabemos cuándo, cómo y por dónde. Velen para no dormir, dejando pasar la ocasión del encuentro.

Velen para reconocer y acoger a Dios, siempre que quiera presentarse.

Velen, pero cumpliendo cada uno su tarea. Velen, porque la vigilancia es hija de la esperanza.

Velen, porque vivimos en un adviento continuado.

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El tema del fin del mundo ha preocupado siempre al hombre y siempre se han hecho cálculos; por cierto que fallidos hasta ahora, acerca de ese terrible momento.

Cuando los Apóstoles preguntan al Señor sobre ese día, reciben una respuesta evasiva. Acerca de dicho acontecimiento, sólo el Padre sabe cuándo será. Es cierto que Jesús, por ser Dios, también sabía el momento. Pero, según los planes divinos, no debía ser revelado, y por eso puede decir que ni Él mismo lo sabe para revelarlo. De ahí que lo único que podemos afirmar es que ocurrirá un día, aunque no sabemos cuándo. Quizás antes de la invención de las armas atómicas había que pensar en una intervención particular de Dios, algo que provocara tal cataclismo de magnitudes universales.

Y en realidad, de una forma o de otra, Dios intervendrá. Sin embargo, es una cuestión que cada día se nos hace menos difícil de entender.

Bastaría un simple accidente, una transmisión equivocada, para que se desencadenase todo el montaje bélico de índole atómica, capaz de destruir diez mundos como el nuestro. No obstante, un poco sí que deberíamos preocuparnos.

Al menos para pedir a Dios que tenga entonces misericordia de nosotros, y para vivir una vida más acorde con su Ley.

Quizá para ésto ha querido el Señor que sea un suceso imprevisible.

Por eso las señales que se nos dan en los Evangelios son, en cierto modo, ambiguas. Circunstancias que de alguna manera se han dado y se están dando ahora. Sobre todo en lo referente a las guerras y a las revoluciones. De todas formas, esas señales podríamos decir que son más bien inmediatas, ya que según el texto evangélico ocurrirá como en tiempos de Noé, cuando nadie se creía lo que iba a ocurrir, a pesar de que veían al patriarca y a sus hijos preparar una barcaza de magnitudes colosales.

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Será tan repentino que cuando uno quiera guarecerse, ya habrán llegado las aguas o el fuego a niveles insalvables. Por tanto, la enseñanza inmediata que de todo ésto se desprende es la necesidad de estar siempre en vela.

Es preciso vivir preparados para recibir al Señor, para rendir cuentas de nuestras acciones ante Él. Hay que convertir la vida en un perenne Adviento, estar siempre con la guardia levantada, para que nunca el enemigo nos aseste un golpe imprevisto. Hay que estar de modo habitual en gracia de Dios, hemos de vivir como quien en cualquier momento pudiera morir.

Lo cual, por otra parte, es algo real y no una mera suposición, inventada para tener a todos metidos en un puño. Entre otras cosas, porque Dios no quiere que vivamos angustiados de continuo. Al contrario, se trata de vivir alegres, muy cerca siempre de Dios, dispuestos a recibirle con los brazos abiertos, en cualquier instante.

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