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18 mayo, 2024

Vivir Bien

Que tu fe te guÍe sobre el agua

Evangelio según San Mateo: 14, 22-33

En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: "¡Es un fantasma!" Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: "Tranquilícense y no teman. Soy yo".

Entonces le dijo Pedro: "Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua". Jesús le contestó: "Ven". Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: "¡Sálvame, Señor!" Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: "Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios".
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

La situación en la que se encontraban los apóstoles en la travesía del lago era una situación comprometida. Estaban "muy lejos de la tierra", la barca "estaba siendo sacudida por las olas" y "el viento era contrario". En esta situación, en la tenue luz de la madrugada, no era difícil ver fantasmas. Dicen los entendidos en Biblia que cuando San Mateo escribe este relato, la comunidad de la Iglesia en la que él vivía estaba pasando por momentos de desconcierto y desánimo. Arreciaban las persecuciones, muchos cristianos estaban nerviosos y desconcertados porque la segunda venida del Señor no acababa de llegar y, en consecuencia, la fe primera, fuerte y vigorosa, se estaba debilitando y muriendo.

San Mateo ve en esta situación de la Iglesia de su tiempo mucho parecido con lo que les pasó a los discípulos en aquella famosa madrugada, después de la multiplicación de los panes. También nosotros podemos pensar que la situación en la que se encontraba la primitiva Iglesia, cuando San Mateo escribe su Evangelio, no es muy distinta de la situación en la que se encuentra nuestra Iglesia de hoy. El mar en el que navega hoy nuestra iglesia es un mar hostil, y los vientos que hoy soplan más fuertes en nuestra sociedad, son vientos que intentan hundir la barca de nuestra fe. En estas circunstancias es fácil entender que muchos cristianos se sientan tentados a pensar que Jesús es ya sólo un fantasma, un cuerpo sin vida que flota en el aire de nuestra débil creencia, y que sirve ya más para asustar y amedrentar, que para consolar y dar ánimo.

Por eso, debemos seguir leyendo el relato evangélico y escuchar con atención lo que Jesús dice a los discípulos. Jesús les da ánimo, su identidad, "soy yo", da confianza al hombre que se debate siempre en el temor, la angustia, la desesperación o el vacío. Pedro se quiere hacer el valiente y quiere poner a prueba sus propias fuerzas. Pero le entró miedo, comenzó a hundirse y suplicó: "¡Señor, sálvame!" Intuyó el poder de Jesús, y por eso se dirige a Él caminando sobre las aguas, pero luego piensa en las dificultades y los problemas, y ésto le provoca el hundimiento. Ésto le ocurre por dejar de mirar a Jesús, y poner los ojos en otro sitio. El conocimiento de nosotros mismos, de nuestras miserias y oscuridades nos desconcierta, sólo la fe en Jesús nos ayuda a caminar. No nos conocemos suficientemente, nos da miedo bajar a lo profundo de nosotros mismos. Pedro era un hombre impulsivo, terco y primario, pero generoso, y por eso se lanza fácilmente, sin tener en cuenta los obstáculos. Pedro es uno de los que gritan por el fantasma, después pasa a una actitud valiente y atrevida, pero después se angustia al ver su propia realidad. Sólo la fe en Jesús sostiene su vida, por eso exclama con todos: "Realmente eres Hijo de Dios".

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Jesús se nos muestra con frecuencia recogido en oración. Él, que venía a enseñar a los hombres estando en medio de ellos, se retiraba a menudo para estar a solas con el Padre. Ese gesto ya era un modo claro de enseñarnos que hemos de retirarnos a la soledad, para hablar con nuestro Padre. Se ha dicho, y es verdad, que la oración es como el respirar del alma. En efecto, es imposible vivir una vida interior seria, de íntima unión con Dios, si no se hace mucha oración. Por otra parte, y dicho de otra manera, es imposible alcanzar la perfección cristiana sin hacer oración. Quizá por eso hay pocos santos, porque no hay muchos que hagan oración. La oración es descanso del alma, fortaleza del espíritu, serenidad y confianza en medio de las más arduas dificultades. Orar es acercarse a Dios, hablarle, comunicarse con Él. De ahí que la oración levante el ánimo y alegre el corazón, ilumine nuestro camino y nos capacite para recorrerlo.

El texto nos narra también que los apóstoles estaban en medio del mar encrespado, que el viento y las aguas estaban a punto de hundirles la barca. En aquella noche cerrada, las olas se agitaban y los vientos les eran contrarios. Jesús se les acerca entonces. Atónitos contemplan cómo anda sobre las aguas. Es un fantasma, gritan aterrados. Pero el Señor exclama: Ánimo, soy yo, no tengáis miedo. Fueron unos momentos que luego han pasado a ser un símbolo para todos los que se encuentran en medio de un peligro similar, esos momentos en los que parece que todo está perdido y nos hundimos en medio de la oscuridad que nos rodea. Entonces hemos de escuchar cómo también a nosotros nos dice que no tengamos miedo. Sí, el Señor está siempre cerca y nos anima.

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