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20 abril, 2024

Vivir Bien

Amar a Dios sobre todas las cosas

Santo Evangelio según san Mateo: 10, 37-42.

En aquel tiempo Jesús dijo a sus apóstoles: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí la salvará. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí, y quien me recibe a mí recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Quien diere aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

“El que quiere a su padre o su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”. Todas las personas nacemos ya con una serie de valores primarios inscritos en la propia naturaleza: el amor a la vida, el amor al alimento y al dinero, el amor a los padres y a los hijos, etc. Para los cristianos, el valor primero al que han de subordinarse todos los demás valores es el amor a Cristo. No es que los demás valores no tengan valor en sí mismos, sino que todos los demás valores debemos ponerlos al servicio del valor primero, el amor a Cristo.

Son valores cristianos para todo ser humano amar la vida, amar la comida y el dinero, amar a los padres y a los hijos, etc., pero debemos renunciar a cualquier valor, por muy natural y cristiano que nos parezca, si entra en contradicción y nos impide realizar el valor primero: el valor a Cristo. Así lo han demostrado a lo largo de la historia, miles de mártires, ascetas que sometieron su vida a muchas y extenuantes mortificaciones, hijos que renunciaron y se opusieron a sus padres para poder seguir su vocación religiosa. En definitiva, debemos estar dispuestos a renunciar a todo lo que nos impida ser fieles al valor primero y principal: el seguimiento de Jesús. Esto puede parecer fácil en teoría, pero es tremendamente difícil realizarlo cada día y en cada momento, porque tenemos un cuerpo que lucha continuamente contra el espíritu. Los valores del cuerpo son el materialismo, el bienestar corporal, un egoísmo a ultranza, los valores económicos, políticos y sociales que nos predica continuamente la sociedad en la que vivimos. Para vivir diariamente según la escala de valores cristianos hace falta mucho valor humano para aceptar cristianamente las muchas cruces que la vida de cada día nos trae y, sobre todo, mucha gracia de Dios. Hoy día, todo cristiano debe aceptar vivir en minoría dentro de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir. Y hacerlo con alegría, con humildad y con mucha perseverancia. Cuando el evangelista pone en labios de Jesús la expresión "el que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí" nos deja desconcertados. Quizá pensemos que Jesús no quiere recibirnos, que es demasiado exigente o tal vez ignora nuestra realidad pecadora. Nada de eso, Jesús sabía muy bien a quién estaba hablando y lo que quería decir. Estas palabras desconcertantes muestran la radicalidad del seguimiento de Jesús. No vale quedarse a medio camino. Si decidimos seguirle, debe ser con todas las consecuencias. La persona de Cristo debe ser para el cristiano el centro, y el valor absoluto de su vida. Lo demás debe quedar en segundo plano. Ésto no quiere decir que no amemos a nuestra familia, sino que sepamos priorizar.

Estoy seguro de que el que ama a Jesucristo con todo su ser demuestra también su amor a los demás, comenzando por los suyos. San Agustín pedía a los fieles de la Iglesia que amaran a Dios, por lo menos con el mismo amor que demuestran a sus padres: “Deduce del amor que sientes por tus padres cuánto debes amar a Dios y a la Iglesia. Pues si tanto ha de amarse a quienes te engendraron para la muerte, ¿con qué amor han de ser amados quienes te engendraron para que llegues a la vida eterna y permanezcas por la eternidad? Ama a tu esposa, ama a tus hijos según Dios, inculcándoles que adoren contigo a Dios. Una vez que te hayas unido a él, no has de temer separación alguna. Por tanto, no debes amar más que a Dios, a quienes con toda certeza amas mal, si descuidas el llevarlos a Dios contigo”. (Sermón 344,1-2).

 

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