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28 abril, 2024

Vivir Bien

No teman a los que matan el cuerpo

San Mateo: 10, 26-33
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.

No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo. ¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno sólo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.

A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos".

Continuamos con el Evangelio, iniciado el domingo pasado, del llamado "discurso apostólico" o "de la misión", el segundo de los cinco grandes discursos de Jesús en el Evangelio según Mateo, después del Sermón de la Montaña.

En su discurso sobre la misión, Jesús le dice a sus apóstoles no solamente qué es lo que deben hacer y cuáles son las dificultades que les aguardan, sino también cómo deben superar las situaciones desfavorables.

De este tercer punto nos ocupamos hoy.

Veamos las ricas enseñanzas que Jesús nos propone para el discipulado y la vida misionera.

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Una vez que Jesús terminó las primeras instrucciones a sus apóstoles, dijo: "Miren que los envío como ovejas en medio de lobos". Desde ese momento se capta que la misión implica peligros: juicios en los "tribunales", "azotes" e incluso "muerte". Una frase de Jesús describe crudamente este ambiente de persecución y rechazo: "Serán odiados de todos por causa de mi nombre". Todo ésto hay que entenderlo como una verificación de la estrecha comunión del discípulo con su Maestro, es decir, es parte del seguimiento: "No está el discípulo por encima del Maestro… Ya le basta al discípulo ser como el Maestro".

Ante ésto, lo normal es que uno sienta miedo. El miedo surge cuando uno capta que la integridad de uno está amenazada, cuando uno percibe que dicha amenaza es más fuente y que se es incapaz de vencerla o superarla, de defenderse o escaparse.

Ante las situaciones desfavorables descritas, la enseñanza de Jesús a los misioneros gira en torno a una misma expresión que tres veces repite con fuerza: "¡No tengan miedo!" Jesús no niega que los misioneros pasarán por momentos amargos. Él mismo se refiere a ello varias veces, y quiere que sus apóstoles no se hagan falsas ilusiones: su tarea de anunciar el Reino y su pertenencia a él en calidad de discípulos los hacen mucho más vulnerables. Pero a pesar de todo, Jesús les dice: "No tengan miedo". Es como si les dijera: "¡No se dejen doblegar por el miedo, de manera que el tratar de salvar sus vidas los vuelvan desleales a mí, e incompetentes ante la tarea que les encomendé! ¡No se dejen apabullar! ¡Que las amenazas no silencien los profetas!".

En otras palabras, es natural para aquel que es perseguido sentir miedo frente a los perseguidores, pero el miedo no lo debe paralizar, intimidar, cohibir, llevar disfrazada su opción o cambiar de camino. En torno a la triple repetición del "No tengan miedo", se articulan las tres partes de la enseñanza de Jesús: El misionero no se puede silenciar, al contrario debe proclamar con mayor fuerza. ¡Que no se callen los evangelizadores! El misionero debe tener la mirada centrada en lo esencial: la vida que el Padre Creador le ofrece, y que nadie le puede quitar.

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