CAMPECHE. – El eco del columpio ya no suena. Las carcajadas infantiles desaparecieron como el color de los toboganes. Donde antes había vida, hoy solo hay herrumbre, basura y silencio. Campeche Hoy caminó en algunos de los parques de la ciudad y confirmó lo que muchos campechanos gritan desde hace años: los parques están muertos.
Mientras los niños corren en el malecón y las familias buscan sombra entre las palmeras del litoral, los espacios que deberían ser la cuna de la infancia y la convivencia están en ruinas. El oxígeno se fue, el color se esfumó, y en su lugar quedó el óxido, la indiferencia y el peligro.
No hay que esperar que otra tragedia vuelva a ocurrir, como la del pasado 2 de mayo, en el parque de Solidaridad Nacional, un niño de 6 años cayó de un tobogán en mal estado. El plástico, quebrado por el sol, cedió bajo su peso. El golpe le arrebató algo que no debería perder a esa edad: el oído.
Y mientras la familia vive la angustia, la alcaldesa Biby Rabelo solo salió a decir en redes: “¿Para qué lo suben?”. Una frase que retumbó más que el golpe. No fue un accidente. Fue consecuencia. De años sin mantenimiento, de pintura como parche, de promesas recicladas en campañas y olvidadas en gestiones. El Ayuntamiento claro que ha tenido tiempo. Y lo que hizo fue pintar de naranja algunos juegos. Nada más. Como si el color bastara para devolver la seguridad.
PARQUES EN AGONÍA
Durante un recorrido, se visitó diversos puntos de la ciudad: el parque del Bicentenario frente al malecón, el de San Román, el parque Campeche sobre Fundadores, el de Ciudad Concordia, e incluso uno sin nombre visible en plena avenida Miguel Alemán. Todos tenían algo en común: el abandono.
Los juegos están quemados por el sol, los columpios apenas se sostienen, las resbaladillas están rotas y oxidadas, y el suelo… el suelo es una trampa: desnivelado, concreto peligroso, con charcos de agua estancada. Algunos parques tienen cinta amarilla como si fuera una escena del crimen. Y en cierto modo, lo es. Una escena del crimen contra la niñez.
Estos espacios ya no brillan. Los juegos infantiles como resbaladillas, pasamanos, todos están opacos. El piso se ha levantado con el tiempo. Todos parecen una maqueta del abandono, pues no hay ni botes de basura. Encima los asientos en los que la gente usaba para comer y reunirse, hoy están sucios y oxidados, ya hasta lo piensan para sentarse.
PADRES PIDEN MÁS ATENCIÓN
Doña Martha Canul, madre de familia, acude cada mañana al parque de San Román cercano al kínder Guadalupe Borja, esto para esperar la hora de entrada de su niña y aprovechó para comentar:
“Yo traigo a mi hija a este parque, pero ahora sí que, con mucho cuidado, porque claramente le hace falta mantenimiento. Hace un año un niño se cayó del tobogán y se lastimó el hombro”, recuerda con tristeza. F
rancisco Can, vecino de la zona, opina con resignación: “No me gusta venir mucho al parque, pero sí le falta, no solo una manita de gato… falta más sitios para sentarse, más sombra, más seguridad. Los parques no duran cien años, hay que darles atención constante”.
Karla Xool, como ciudadana y tía de una pequeña señaló lo obvio que muchos políticos olvidan: “Es necesario darle atención a estos espacios. La gente cuando sale busca dónde reunirse. Si los parques no están en condiciones, ¿dónde convivimos?”.
ESPACIOS QUE YA NADIE MIRA
No es solo lo estético. El óxido en los juegos puede causar infecciones, heridas profundas, enfermedades como el tétanos, e incluso alergias por contacto. Los niños, en su inocencia, no distinguen peligro. Tocan, juegan, se llevan las manos a la boca. Los parques son una trampa invisible. Y nadie está haciendo nada real para remediarlo.
Campeche es una ciudad pequeña. Eso debería facilitar la atención. Los parques no son lujos: son pulmones urbanos, espacios de encuentro, escenarios de infancia. Recuperarlos no es una opción, es una obligación. Pero mientras el Ayuntamiento se limita a pintar y poner cinta, los niños juegan menos y los padres temen más. Y los parques siguen ahí, testigos mudos del olvido.
