CAMPECHE, CAMP.- Como un río de fe que recorre las arterias del estado, los peregrinos en bicicleta llenan las carreteras y calles de Campeche, portando antorchas que brillan como faros de esperanza y devoción. Es diciembre, y la festividad de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre, marca el ritmo del corazón de México.
Desde el amanecer, grupos de hombres, mujeres y algunos apenas adolescentes, pedalean juntos, acompañados de cánticos, rezos y el aroma de flores frescas. Su meta: llegar al santuario de Guadalupe, donde el espíritu guadalupano los envuelve como un manto celestial. A su paso, dejan un rastro de inspiración y admiración.
Bajo el cálido sol campechano o en las noches iluminadas por las estrellas, los antorchistas hacen pausas en las parroquias y pequeños altares al borde del camino. Ahí, descansan y agradecen con misas cargadas de emociones. Se les ve recogidos en oración, con las manos juntas y los ojos cerrados, como si la Virgen misma los escuchara desde lo alto.
Algunos aprovechan para recorrer la ciudad colonial, dejando su alegría en cada esquina. Otros, más intrépidos, toman sus bicicletas nuevamente y continúan hacia la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México, llevando en su viaje historias de esfuerzo, sacrificio y promesas cumplidas.
“Es cansado, sí, pero no hay mayor recompensa que saber que nuestra Virgencita nos acompaña. Ella nos cuida en cada pedalada,” comenta Mariana, una joven peregrina de Tabasco que viaja junto a su familia.
Los peregrinos provienen no solo de municipios de Campeche, sino también de estados vecinos como Yucatán, Quintana Roo, Veracruz, Tabasco y Chiapas. Cada uno con un propósito, un milagro que agradecer o una petición que entregar. Algunos llevan estampas, velas o imágenes de la Virgen, mientras que otros cargan en sus corazones la esperanza de un nuevo comienzo.
Conforme se acerca el Día de la Guadalupana, el fervor no hace más que intensificarse. Las campanas de las iglesias resuenan como un eco de bienvenida para estos devotos que, a pesar del cansancio reflejado en sus rostros, no se detienen.
En cada pedalada, en cada lágrima derramada en el camino, Campeche se convierte en un testigo silencioso del amor y la fe inquebrantable que mueve a miles de almas hacia el regazo de la Virgen Morena. Su travesía no es solo un acto de devoción, es una prueba viva de la fuerza que la fe puede dar.