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10 enero, 2025

Vivir Bien

¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?

Del santo Evangelio según san Mateo: 20, 1-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo'. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo.

Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: ¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?'. Ellos le respondieron: 'Porque nadie nos ha contratado'. Él les dijo: `Vayan también ustedes a mi viña'.

Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: 'Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros'. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.

Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: 'Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor'.

Pero él respondió a uno de ellos: 'Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?'. De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

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OBISPO

Dios sí quiere que nuestros planes coincidan con sus planes, pero somos nosotros los que muchas veces hacemos esto imposible. Por nuestra inclinación al mal, por nuestro egoísmo, por nuestro materialismo, por no obedecer humildemente los planes de Dios, hacemos muchas veces imposible que los planes de Dios se cumplan en nuestras vidas. Los planes de Dios son siempre la justicia, el amor, la paz. Dios sí quiere que todos sus hijos puedan vivir dignamente y sean humana y cristianamente felices, pero somos nosotros, los humanos, los que, con nuestro egoísmo y maldad, creamos divisiones injustas y hacemos posible que, mientras a algunos les sobren muchas cosas superfluas, a otros les falten muchas cosas necesarias.

También es verdad que los hombres, las personas humanas, somos limitados e imperfectos en nuestro entender y en nuestro obrar. Más de una vez los planes de Dios nos sorprenden y nos descolocan, porque no los entendemos. En estos casos, debemos aceptar con humildad y confianza en Dios los acontecimientos personales, familiares o sociales, que nos cuesta entender y explicar. ¿Por qué mueren tantos niños inocentes, por qué, como consecuencia de un terremoto o un huracán, sufren y mueren muchas personas buenas que siempre desearon cumplir la voluntad de Dios?, ¿por qué?, ¿por qué?… Humildad y confianza en Dios, a pesar de todo.

Fijémonos ya concretamente en el evangelio de este domingo, según san Mateo. El Reino de los cielos se parece a un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña. El propietario de esta viña pagó lo mismo a los jornaleros que habían trabajado todo el día, que a los que habían trabajado menos horas. ¿Fue injusto este propietario? Según las costumbres de la época, según los planes de los hombres, sí, pero según los planes de Dios, no. ¿Por qué? Porque el propietario de la parábola, que se parece al Reino de los cielos, no se fijó en la cantidad de horas que habían trabajado unos u otros, sino en la misma voluntad de trabajar que habían tenido todos los jornaleros que habían ido a la plaza a buscar trabajo. Por qué habían contratado a unos antes que a otros no lo sabemos, pero, según la parábola, parece que todos habían ido a la plaza con la misma voluntad de trabajar.

El propietario no hizo distinción entre jornaleros y jornaleros, entre los más fuertes, o los más ricos, o los más amigos, y los más débiles, o los más pobres, o los menos conocidos. Por supuesto, la frase final: los últimos serán los primeros y los primeros los últimos, tiene un significado histórico y teológico. Se refiere a que los judíos, que fueron los primeros llamados al Reino de Dios, serían los últimos en entrar en él, mientras que los paganos, que fueron los últimos llamados, serían los primeros. Nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Dios se presenta como un amo generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la buena noticia del evangelio. Pero nosotros insistimos en atribuirle el metro siempre injusto de nuestra humana justicia. En vez de parecernos a él intentamos que él se parezca a nosotros con salarios, tarifas, comisiones y porcentajes.

Queremos comerciar con él y que nos pague puntualmente el tiempo que le dedicamos y que prácticamente se reduce al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón. Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, preguntamos: ¿Para qué sirve ir a misa, si Dios nos va a querer igual? Así evidenciamos que no hemos tenido la experiencia de que Dios nos quiere y no reaccionamos en consecuencia amándole también más por encima de leyes y medidas. Dios es gratuito. Vemos absurdo y hasta injusto ser queridos todos por igual. ¡A cada uno lo suyo!, decimos como quien da un argumento incontestable con tono de protesta sindical ante Dios. Tardamos en comprender que la traducción no es: "Paz a los hombres de buena voluntad", sino: "Paz a los hombres que Dios ama".

La parábola de los trabajadores enviados a la vida se refiere a la gracia. En alguna ocasión la liturgia de la misa recoge en sus oraciones esta expresión: “no por nuestros méritos sino conforme a tu bondad”. San Agustín en su comentario a este evangelio nos anima a realizar bien nuestro trabajo sin tener envidia de los demás porque Dios es generoso: “Piensen que son ustedes quienes han sido conducidos a la viña. Quienes vinieron siendo aún niños, considérense los conducidos a primera hora; quienes siendo adolescentes, a la hora tercia, quienes en su madurez, a la de sexta; quienes eran ya más graves, a la nona, y quienes ya ancianos, a la hora undécima. No se preocupen del tiempo. Miren el trabajo que realizan; esperen seguros la recompensa. Y si consideran quién es su Señor, no tengan envidia si la recompensa es para todos igual”.

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Dios sale una u otra vez, y otra, a contratar jornaleros para su viña. Afán divino para que todos trabajen en su tarea, para que no haya desocupados en este Reino suyo que trae la salvación universal. Nadie, al final de los tiempos, podrá decir que no fue llamado por Dios. Es cierto que esa llamada puede ocurrir en las más diversas circunstancias, en las épocas más dispares de la vida. Pero nadie, repito, se podrá quejar de no haber sido llamado a trabajar en la tarea de extender el Reino. Podemos afirmar, incluso, que esa llamada se repite en más de una ocasión para cada uno. Hay momentos en los que uno parece haber perdido el rumbo y de pronto comprende que su camino se está desviando. Resuena entonces, de forma indefinida quizá, la voz de Dios para indicarnos que hay que recuperar el rumbo perdido.

Vamos a pararnos a considerar nuestra vida en el momento presente, vamos a pensar si realmente estamos trabajando en la viña del Señor, o por el contrario, nos empeñamos en vivir ausentes de la gran tarea de salvar al mundo. Es cierto que el amo de esta viña va a ser comprensivo y bueno, dándonos al final no según el resultado de nuestro trabajo, sino según la medida generosa de su gran corazón. Pero eso mismo nos ha de empujar a trabajar con ganas y afán renovado. En definitiva, de lo que se trata es que hagamos en cada instante, con sencillez y rectitud de intención, lo que debemos hacer.

Otra lección importante que se desprende de esta página evangélica es la de saber alegrarse con el bien de los demás. Aquellos que protestaron por ser tratados los últimos de la misma forma que los primeros, se entristecían de no recibir ellos más que los de la última hora. Se deberían haber alegrado de la generosidad del dueño de la viña, de haber servido a un amo tan compasivo y dadivoso, aunque a ellos sólo les diese lo acordado. Saber contentarse con lo recibido, saber vivir con aquello que se tiene. Comportarse así es tener paz y sosiego, ser felices siempre. A veces por mirar y desear lo que otros poseen, dejamos de gozar y disfrutar lo que nosotros tenemos. En lugar de mirar a los que tienen más, mirar a los que tienen menos, no sólo para darnos cuenta de que tenemos más, sino para ayudar en lo que podamos a esos que tienen menos, que a veces por no tener no tienen ni lo necesario.

 

 

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