Abad y reformador monástico francés, canonizado en 1174. Procedente de una familia noble, siguió desde muy joven su vocación religiosa, ya que desde temprana edad pasó a dirigir el nuevo monasterio de Clairvaux (Claraval).
La visión que marcó su trayectoria fue una noche de Navidad.
Mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo, se quedó dormido, y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás.
Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado. Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra, Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Císter, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban Harding, lo aceptó con gran alegría.
En ambos monasterios impuso el estilo que pronto se extendería a toda la Orden del Císter: disciplina, austeridad, oración y simplicidad. Tales ideales le enfrentaron con Pedro el Venerable, abad de Cluny, pues suponían un ataque directo contra la riqueza de los monasterios, la pompa de la liturgia, y el lujo de las iglesias.
Bernardo fue un defensor de los derechos políticos y económicos del papa, lo cual le generó importantes privilegios.
Su influencia creció aún más al llegar al papado su discípulo Eugenio III (1145-53), antiguo fraile cisterciense.