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5 julio, 2024

Vivir Bien

Reflexión dominical, ‘¡Mujer, que grande es tu fe!’

Evangelio según san Mateo: 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: "Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: "Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros". Él les contestó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel".

Ella se acercó entonces a Jesús y, postrada ante él, le dijo: "¡Señor, ayúdame!" Él le respondió: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos".

Pero ella replicó: "Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas". Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

La Palabra de Dios de este domingo tiene dos enseñanzas: la necesidad de la acogida en nuestra comunidad cristiana y la importancia de la fe incondicional en Cristo Jesús.

A la vuelta del destierro de Babilonia, el profeta Isaías plantea la posibilidad de acoger a los extranjeros que han venido con los judíos exiliados. Según la legislación antigua plasmada en el Deuteronomio, ni los extranjeros ni los eunucos podían pertenecer a la asamblea del pueblo de Israel.

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Eran discriminados por su sangre o por su condición.

El profeta se decanta claramente hacia la acogida si cumplen la condición de amar al Señor, servirle, guardar el sábado y perseverar en la alianza. En el fondo está diciendo que lo importante es la fe en Dios, no el origen ni la condición, ni la raza.

En esta ocasión, Jesús se encuentra en Tiro y Sidón, ciudades costeras del mediterráneo al norte de Israel, en el actual Líbano. Sus habitantes son llamados "cananeos". Jesús trata de demostrar que la salvación no está restringida a ningún pueblo, ni ninguna raza.

Es para todo aquél que acepta su Palabra. Primero se puso a gritar pidiendo compasión para su hija que tiene un demonio muy malo.

Confiesa su fe en Jesús al llamarle "Señor, Hijo de David". Jesús pone a prueba su fe cuando le dice que sólo le han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Pero ella se arrodilló delante de Jesús y de nuevo le pide: "Señor, socórreme".

Nuevamente Jesús tantea su fe con unas palabras que nos parecen demasiado fuertes: "no está bien echar a los perros el pan de los hijos". Es un recurso que utiliza para que la mujer reafirme su fe, pues para Jesús todos somos hijos de Dios. La mujer, como buena madre, sigue luchando por su hijo y, confiando plenamente en que Jesús puede curar a su hija, le dice que se conforma con las migajas.

Ante esta confesión de fe, Jesús cura a su hija y destaca delante de todos, la gran fe de esta mujer.

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También los gentiles, como dice la Carta a los Romanos, alcanzan la misericordia. La adhesión a Jesús y el seguimiento de su Evangelio es lo que importa. Jesús acoge, no rechaza.

Una vez más, para entender en su intención más profunda este texto evangélico, según San Mateo, debemos conocer el contexto del texto. Jesús acaba de tener una dura discusión con los escribas y fariseos "que habían venido de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los ancianos, pues no se lavan las manos cuando comen?" Jesús les responde que son ellos los que han anulado la Palabra de Dios en nombre de sus tradiciones.

Para terminar diciendo a sus discípulos: "Déjenlos, son guías ciegos". Después de ésto viene el episodio de la mujer cananea. El relato evangélico está construido con mucha intención teológica. Ante la súplica de la mujer cananea, no judía, Jesús se hace el duro ante sus discípulos, pero seguro quedaron admirados y contentos, porque su Maestro había curado a la mujer por la que ellos habían intercedido.

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