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27 diciembre, 2024

Vivir Bien

Los ángeles separarán a los malos de los buenos

San Mateo: 13, 44-52

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.

El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra. También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.

¿Han entendido todo esto?" Ellos le contestaron: "Sí". Entonces él les dijo: "Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas". 

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Sería bueno que comenzáramos nuestra reflexión por la pregunta final que hace Jesús: “¿Entienden bien todo esto?”. Llevamos varias semanas escuchando las parábolas del capítulo 13 de Mateo, que terminan hoy. Jesús hablaba en parábolas para traer a la vida los misterios del Reino de Dios y hacerlos claros a nuestros ojos. Se trata de entender que lo que Él nos propone es un “tesoro” para nosotros, para nuestra vida, y para la de los que están a nuestro alrededor. 

Y también decía aquello de “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Seguro que hemos soñado más de una vez en que nos toque la lotería, en encontrar al amor de nuestra vida, en tener un trabajo fijo con un buen sueldo, en que los hijos se labren un futuro y sean felices. Todas estas cosas se quedan “como en un sueño” en comparación con la satisfacción de encontrar a Dios dentro de tu corazón y ponerlo en tu vida. Eso hace que todo lo demás cobre una nueva dimensión y un nuevo sentido. Y Dios tiene la capacidad de hacer posible lo imposible, sobre todo cuando se trata de sus hijos, de nosotros. 

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Dios es como un tesoro. Uno lo encuentra y lo vende todo para comprar el lugar donde está el tesoro. Dios es como una pieza rara para un coleccionista, como un depósito de petróleo en un terreno, como unas acciones de bolsa que van a subir y hace que nada valga la pena tanto como tenerle a Él, tener su amor, sentirlo, experimentarlo, disfrutarlo. Dios es así de sorprendente. De repente, se da, se desparrama  bueno, de repente no, siempre lo hace, pero hace falta que nos demos cuenta. Por eso hace falta lo que pide Salomón en la primera lectura: “da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Ese corazón sabio e inteligente es el que nos hace capaces de ver a Dios en lo ordinario. Y darnos cuenta de lo que dice también San Pablo en la segunda lectura: “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. Cuando se experimenta ese amor, cualquier ocasión es buena para manifestarlo, para compartirlo con los demás. 

Dios saca lo mejor de nosotros mismos para que lo demos y nos entreguemos a los demás, como hizo Jesús. Él es su mejor ejemplo de cómo actúa con las personas. Pero en esta aventura de dejarlo todo y seguir a Jesús nos surgen las dudas de si estaremos haciendo lo correcto, de si será verdaderamente eso lo que Dios quiere. Jesús pregunta a los suyos si entienden sus palabras. Una pregunta que se dirige también a nosotros. Son palabras tan sencillas y claras, que sería extraño que alguien no las entendiese. Es verdad, además, que son palabras muchas veces oídas. No obstante, siempre es conveniente recordarlas.

Hemos de hacer como ese escriba de que nos habla Jesús, el cual rebusca en su viejo baúl para sacar de él lo antiguo y lo nuevo. Así consigue que toda su vida sea iluminada por ese rico arsenal de doctrina, de ideas y de recuerdos, que constituyen su más preciado tesoro. El mejor tesoro, el más valioso don que el hombre puede codiciar, por muy grande que sea su ambición. Por eso el que lo encuentra, el que descubre su valor, ese lo sacrifica todo por obtenerlo. Nada vale como ese tesoro y quien lo consigue tiene ya todo cuanto se puede desear. Es el mayor bien que existe o que pueda existir. Una perla preciosa que colma las más grandes exigencias del corazón humano. Dios quiera que lo descubramos, ojala deseemos poseer ese tesoro que el Señor nos ofrece, entrar en el Reino de los cielos. 

Cuando comprendamos lo que eso significa, entonces todo nos parecerá poco para llegar a poseerlo. La alegría, la dicha, la felicidad, la paz, el gozo, el bienestar, el júbilo, la bienaventuranza. Ahora, ya en esta vida aunque sea de forma parcial e incoada. Una primicia que, sin serlo todo, es más que suficiente para que, aunque sea entre lágrimas, brille siempre una sonrisa y florezca la esperanza, también cuando todo nos haga desesperar. Inicio del gozo eterno que un día concederá Dios a quienes le permanezcan fieles, aún con altibajos, hasta el final. Entonces podremos abrir del todo ese cofre que contiene nuestro más preciado tesoro y disfrutar para siempre del Bien supremo, contemplando la Belleza sin fin y comprendiendo la Verdad esplendente que es Dios mismo. 

Como el domingo pasado, también hoy las parábolas del evangelio se refieren al Reino. Las dos primeras parábolas dicen al discípulo cuál debe ser su escala de valores en su condición y calidad de discípulo. El centro de este Reino es la tierra y la historia humana, pero vistas y entendidas en colaboración y compañía de Dios. Lo que al discípulo de Jesús se le pide es que su escala arranque del Reino de Dios. ¿Qué quería decir Jesús con las dos parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa? Quiere decir que ha sonado la hora decisiva de la historia. ¡Ha aparecido en la tierra el Reino de Dios! Concretamente, se trata de él, de su venida a la tierra. El tesoro escondido, la perla preciosa, no es otra cosa sino Jesús. Es como si Jesús con esas parábolas quisiera decir: la salvación ha llegado a ustedes gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomen la decisión, aférrense, no la dejen escapar. 

El domingo pasado veíamos cómo el Reino tiene que extenderse a todos ya en este mundo, a pesar de las dificultades del maligno. Estas dificultades son el dinero, el materialismo, el ansia de poder, el egoísmo, el relativismo moral. Hoy Jesús nos dice que poseer al Reino es lo más grande que nos puede ocurrir, como aquél que encuentra un tesoro en el campo y vende todo para comprar el campo, o el comerciante en perlas preciosas que encuentra una de gran valor y vende todo lo que tiene para conseguirla. Pero muchas veces no nos damos cuenta de que el tesoro, Jesús, está muy cerca de nosotros. Así lo refleja este cuento: 

“Cuentan que un joven recibió en sueños una gran revelación: en el cruce de dos caminos cercanos a su aldea había un gran tesoro. Sólo tenía que ir allí y remover la tierra para conseguirlo. Ni tardo ni perezoso se dirigió a aquel lugar. Estuvo todo el día cavando, retirando las piedras y apartando la tierra. Cuando ya estaba derrumbado y agotado por el duro trabajo, pasó por aquel cruce un sabio que le preguntó qué estaba haciendo. Al explicarle su sueño el sabio le dijo que él también había tenido un sueño parecido, pero que el tesoro de su sueño estaba dentro de una casa que tenía dos ventanas, un hermoso porche a la entrada un tejado de color rojo. El joven recapacitó y se dio cuenta de que la casa de la que le estaba hablando aquel desconocido era su propia casa. Salió corriendo hacia su domicilio y excavó justo al lado de la puerta y encontró un hermoso cofre. Se dio cuenta de que el tesoro lo había tenido muy cerca, en su propia casa durante muchos años y no se había dado cuenta del hecho”. 

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Puede que nos ocurra a nosotros lo mismo que al personaje del cuento. Dentro de nosotros está la felicidad, pero hace falta descubrirla. Ya lo advertía un experto en búsqueda de la felicidad, Agustín de Hipona, quien hace dieciséis siglos y después de una larga experiencia vital de búsqueda, escribía: "No vayas fuera, busca en tu interior, pues en el hombre interior habita la verdad". Quiera Dios esta semana nos comprometamos a profundizar en nuestro interior para encontrarnos con nosotros mismos y con Jesucristo El Señor. En la parábola de Jesús el que encuentra el tesoro y el de la perla preciosa venden todo y se quedan sólo con lo que de verdad merece la pena. Nuestro tesoro es el conocimiento de Dios. Cuando uno encuentra a Cristo opta por El, lo demás pasa a ser secundario, es capaz de renunciar a cualquier cosa por seguirle, porque el llena plenamente nuestro corazón. Y ahora pregúntate: ¿dónde está tu tesoro?, ¿has optado por Cristo?, ¿a qué estás dispuesto a renunciar por El?

 

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