Un experimento dirigido por Masako Tamaki, psicólogo de la Universidad Brown (EE. UU.), intenta aclarar alguno de los factores que producen esta dificultad para dormir. Y su conclusión es que, al parecer, uno de nuestros hemisferios cerebrales permanece despierto cuando intentamos conciliar el sueño fuera de nuestro entorno habitual.
De esa manera, lo que ocurre es que mantenemos un sueño mucho menos profundo. Los ruidos, las sensaciones táctiles y los olores extraños impiden que se relaje el estado de alerta, al igual que les ocurre a otras especies animales. Un fenómeno que se pudo apreciar en esta investigación utilizando técnicas neurológicas: los patrones fisiológicos de las dos partes del cerebro eran distintos.
Hay varias soluciones para esta dificultad de conciliar el sueño. Los investigadores señalan que las personas que duermen continuamente en lugares diferentes por motivos laborales se adaptan y acaban haciendo suya cada habitación. Otra de las estrategias disponibles es la que utilizan los niños pequeños, que llevan objetos personales –muñecos, almohadas, etcétera– consigo para hacer que el dormitorio desconocido se vuelva más amigable.
En todo caso, el estudio, que utilizaba técnicas de polisomnografía y neuroimagen, localizaba el efecto solo en la primera fase de sueño. Es decir: lo habitual es que tengamos dificultad para dormirnos, pero luego el patrón de descanso será normal.