Con fina ironía judía simboliza su flamante premio Man Booker con el primer ejemplar de bolsillo de 'A Horse Walks into a Bar' -'Gran cabaret' en español-, obra por la que David Grossman acaba de recibir uno de los más altos reconocimientos internacionales para ficción no inglesa.
En el más alto hito de su carrera, Grossman recuerda cómo se hizo escritor, después de que lo despidieron de la radio pública, cuando Yasir Arafat reconoció en 1988 la existencia de Israel en nombre de los palestinos.
"Gente con valores morales se había adaptado al llamado espíritu del mando, que implica boicotear a aquel que se salga del camino trazado. Ese era el espíritu dominante entonces en Israel.
Ahora es mucho peor", declaró.
"Decidí convertirme en escritor.
Me di cuenta de que podía vivir de mis libros. Ya había publicado un par de novelas, y El viento amarillo (EL PAÍS Aguilar, 1988) es un largo reportaje sobre los territorios ocupados".
Crisis interminable
David Grossman cree que Jerusalén debería ser la urbe más ilustrada del mundo. "Pero es todo lo contrario: fanática, fundamentalista, extremista. Si Tel Aviv es el Mediterráneo, Jerusalén es Oriente Próximo. La gente ya no quiere vivir allí".
"Jerusalén es un lugar extraño, con tantos conflictos: entre religiosos y laicos, entre judíos y árabes… Cuando trabajaba en Radio Israel atravesaba zonas muy diferentes hasta llegar al centro de la ciudad".
Ciudad perdida
Para el escritor, Jerusalén tiene demasiada historia, demasiada religión, demasiada tensión… no deja de oírse la voz del pasado. A prudente distancia de una ciudad tan agotadora uno puede vivir mucho más tranquilo.
Recuerda que el gobierno buscaba cualquier excusa para incordiarlo.
"Claro que les debo el haberme convertido en un autor literario a tiempo completo", y destaca: le hicieron un favor.