CAMPECHE. Decir “te amo con todo mi corazón” es un reflejo de nuestra cultura y lenguaje, pero en realidad, las emociones y sensaciones del amor nacen en el cerebro. Ignacio Camacho Arroyo, investigador de la UNAM, explica a CAMPECHE HOY que el amor en sus diferentes etapas –enamoramiento, estabilidad y desamor– deja huellas notorias en la actividad cerebral. Desde la euforia inicial hasta la serenidad de una relación estable, el amor es un viaje bioquímico que afecta la manera en que percibimos el mundo.
Helen, estudiante de la UNAM, está descubriendo esta realidad en carne propia. Lleva cuatro meses de relación con Emilio, y cada encuentro le provoca nervios, aceleración del corazón y esa sensación que muchos describen como “mariposas en el estómago”. Emilio, por su parte, experimenta sudoración en las manos e incluso temblores al estar cerca de ella. Sus emociones están influenciadas por neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, que regulan el placer y la recompensa. Por otro lado, Mario, un profesor jubilado con 36 años de matrimonio, recuerda que al conocer a su esposa sentía una revolución en su estómago, pero con los años, esa pasión se transformó en estabilidad y confianza. Su testimonio coincide con los hallazgos científicos: los niveles de cortisol –hormona del estrés– aumentan durante el enamoramiento y disminuyen con el tiempo, dando paso a una sensación de seguridad.
Fernanda y Zezec, estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, también han vivido esta transición. Pasados los primeros meses de noviazgo, su relación se ha cimentado en la tranquilidad y la confianza, reflejando la importancia de la oxitocina y la vasopresina en el fortalecimiento de los lazos amorosos.
