MÉXICO.- La política mexicana, a través de los conservadores vuelve a enfrentar la sombra del pasado con el retorno del panista Ricardo Anaya, un personaje que simboliza la traición y la corrupción que durante años ha corroído el sistema político de nuestro país. A tres años de esconderse en los Estados Unidos, regresa a México como un prófugo que, gracias a la impunidad y el cobijo de la oligarquía neoliberal, se alza nuevamente con una credencial de senador y así conseguir el fuero constitucional y evadir la justicia.
Acusado de recibir sobornos millonarios en el marco del escandaloso caso Odebrecht, ahora se paseará por los pasillos del Senado, como si su pasado estuviera limpio de toda mancha. Cabe destacar que, hace tres años, la Fiscalía General de la República fue clara en su investigación: Anaya, cuando era diputado del PAN, fue un peón más en el ajedrez de la corrupción, recibiendo 6.8 millones de pesos para votar a favor de la reforma energética que entregó el patrimonio de Pemex a empresas extranjeras.
Y aunque el exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, está siendo en juicio por este monumental desfalco, no debemos olvidar que Ricardo Anaya fue uno de los beneficiarios directos de este entramado acto de corrupción.
El retorno de Anaya al Senado no solo es una burla para la justicia, sino un insulto para todos los mexicanos que sufrieron y siguen sufriendo las consecuencias de la entrega de nuestros recursos energéticos a manos extranjeras.
Este es un panista que, en lugar de rendir cuentas ante la ley, ha sido protegido por los mismos intereses que desde hace décadas han saqueado al país. Su presencia en el Senado es una prueba más de que, a pesar de los esfuerzos por combatir la corrupción, los viejos demonios de la política mexicana siguen vivos y operando desde las sombras.