En los últimos tres días, se multiplicaron los videos y fotografías difundidos en redes, de militares mexicanos que patrullan la frontera sur con Guatemala. Portan uniformes de campaña verde olivo y un brazalete con las insignias de la Guardia Nacional, que iniciará oficialmente operaciones en el país, el 30 de junio.
Al sur, este despliegue de al menos 6 mil efectivos es vía aérea, acuática y por tierra; y en las líneas del ferrocarril, de La Bestia, ese tren donde hacinados cruzan buena parte de México en su penar rumbo a EU.
Al norte, la otra frontera, la del río Bravo, experimenta otro fenómeno social: no sólo se incrementó el número de “retornos” de centroamericanos para que esperen en México la resolución de sus solicitudes de asilo en aquel país; ahora también ya “retornan” a nicaragüenses, venezolanos, ecuatorianos, cubanos. Al pisar territorio mexicano, el INM les entrega un formato que deben llenar, de estancia por razones humanitarias, con el cual permanecerán hasta que se resuelva su solicitud de asilo en EU.
En buena parte de los casos, según los registros de autoridades de EU, llegan ha tardar hasta dos años en resolverles.
Por vez primera, el sábado, AMLO utilizó la frase “crisis humanitaria”, para explicar lo que ocurre en Centroamérica, cuya enorme cantidad de migrantes, incluso ha sido considerada como un éxodo por parte del canciller Marcelo Ebrard. El gran problema para México ahí está: es el sándwich de la “crisis humanitaria”: al norte para recibir y aguantar aquí a los “retornados” de Estados Unidos; al sur para impedir que pasen a México y usen el país para llegar a EU.
