En los hogares tabasqueños, el apremio a formar el nuevo partido prendió mecha. Familias completas, amigos y conocidos fueron los primeros en acudir al llamado.
La experiencia de juntarse en pequeños grupos y realizar asambleas, escuchar las opiniones de los otros y proponer las propias, levantaba el ánimo de los perredistas, que conocían por primera vez la democracia de carne y hueso. La militancia se convirtió también en camaradería, un modo de ampliar los lazos sociales, solidarios y hasta sanguíneos.