Rodrigo Mojica
Enviado/Grupo Cantón
Llegar con 20 minutos de anticipación a la casa Tricolor, ubicada en Novogorsk, al norte de Moscú, no es suficiente, tal vez lo mejor sería hacerlo dos horas antes, aunque también se corre el peligro de que los encargados de la recepción avisen que abrirán hasta que se les pegue la gana.
Sin caer en los excesos, o jugarle al intolerante, cumplir con las normas de seguridad para ingresar a la casa del Dynamo, se ha convertido en algo por demás engorroso. Se pasan de lanza.
La gente que tiene como misión mantener el orden, vive una paranoia constante.
Antes de la Copa del Mundo algunos grupos radicales amenazaron con atentados durante la justa veraniega, y enseguida se prendieron las alertas, pero éstas han rebasado lo normal.
Siete minutos se tarda cada persona para poder acceder a cubrir su misión.
Hay que prender la compu, ordenador dirían los compas españoles, el celular, y después le meten una especie de cámara a tu mochila, sólo por si las dudas.
Y en esta ceremonia protocolaria que causa tanto hartazgo, este servidor, justo cuando estaba a punto de levantar el puño, en signo de celebración, se encontró con la sorpresita de que el aparato ese raro decidió que éramos sospechosos de jugarle al héroe religioso.
Cara de árabe, pinta tal vez, el chiste es que por algunos segundos fuimos una especie de enemigo nacional.
Nos llevaron unos 20 metros lejos de la entrada, y después la orden fue aventar la mocla al suelo. ¡Chaaaa!
La banda reporteril esperaba el tronido, la destrucción total, o que mínimo encontrarán una palomota de esas que venden en La Meche.
Y lo que siguió fue la actuación del perro especialista en explosivos, que hizo su trabajo, pero a la gris ni la pelaba. Él traía otro desmadre.
