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28 septiembre, 2024

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La decepción y la satisfacción en Jesús

Inicialmente, cuando me enfrento a una esperanza insatisfecha, mi instinto (desafortunadamente) es encontrar consuelo en cualquier otro lugar diferente a la presencia del Señor. Tiendo a querer recurrir a las distracciones para desenfocar mi mente del dolor y la tristeza a través de los medios sociales, la televisión y los libros. O llamo a una amiga para alardear de las injusticias percibidas que estoy experimentando.

Pero la gracia del Señor finalmente me lleva a Su presencia, porque no hay mejor lugar para lidiar con la decepción que el Señor. Después de todo, Él conoce todos los detalles; de hecho, Él es quien está soberanamente en control de todas las circunstancias de mi vida.

Y mi desilusión no lo sorprende, ni es algo ajeno a Él. En realidad, Cristo mismo enfrentó decepciones y sufrió mucho, lo que le permite simpatizar con nosotros (Heb. 4:15).

Mateo nos dice que Cristo anhelaba que Jerusalén viniera a Él y creyera, pero ellos no quisieron (23:37). Dios desea que todos los hombres sean salvos, pero no lo serán (1ª Tim. 2: 3-4); Y Él desea que seamos santificados, pero fracasamos (1ª Tes. 4: 3). Claramente, humanamente hablando, es como si Él también enfrentara deseos insatisfechos.

Dos caminos a elegir Cuando me enfrento con la decepción y huyo al Señor leyendo la Palabra y en oración; termino con más paz que cuando huía hacia otras personas u otras cosas. Lo que he descubierto es que cuando Él dice que Él es el Príncipe de Paz, Él lo dice en serio. Y cuando el salmista dice: «en tu presencia hay plenitud de gozo; a tu diestra, deleites para siempre» (Sal. 16:11). Él es fiel y verdadero para mostrarme que ésto es real cuando lo busco con todo mi corazón.

Lo más asombroso de ésto es que cuando lo buscamos fielmente en la Palabra y por medio de la oración, incluso en nuestro dolor y desilusión, Su misma presencia trae más alegría y plenitud que cualquier cosa que podamos desear. Su amor es mejor que cualquier esperanza, sueño, plan y expectativa que podamos tener.

Efectivamente, al encontrar esta realidad como verdad, me sentí desafiada a explorar los deseos que tenía tan firmemente en mi corazón.

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Una buena noticia Afortunadamente, el Señor es bueno y clemente para perdonarnos y limpiarnos de todos nuestros ídolos a través de Su obra en la Cruz (1ª Jn 1:19). Sólo necesitamos que Él examine nuestros corazones, e ilumine nuestros ojos espirituales para reconocer cuándo un deseo se ha convertido en un ídolo. Y cuando Él hace esto, debemos ser rápidos en responder buscando el perdón que Él nos da gratuitamente.

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