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26 noviembre, 2024

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Las cajas de la ignominia

Cuando Andrés Manuel López Obrador exhibió en el zócalo capitalino las "cajas de la ignominia", las cuales eran los archivos del PRI que revelaban los gastos exorbitantes de campaña de Roberto Madrazo Pintado para ganar la Gubernatura, nadie conocía el periplo que tuvieron que pasar esos documentos para ser llevadas como pruebas ante la Procuraduría General de la República. Nadie, excepto Mario Humberto Méndez González y Félix Roel.

En ese entonces, Méndez González ya estaba casado y tenía una niña. Por su parte, Félix Roel, el primero que supo de las cajas, vivía en la colonia Indeco y también era padre de familia. Una vez que se descubrió el contenido de aquellas cajas, sus vidas se alteraron: Mario tuvo que ocultarse junto con su esposa e hija, primero en la casa de sus viejos, en Huimanguillo, y luego con una hermana, que residía en el vecino estado de Chiapas; Félix comenzó a padecer insomnio y mantuvo guardado el secreto hasta que decidió contárselo a su hijo. Es precisamente gracias a Félix Roel hijo que la historia hasta ahora misteriosa se devela.

Mario Humberto recuerda que al comenzar los tabasqueños el "Segundo Éxodo por la Democracia", la dirigencia nacional del PRD hizo todo lo posible por impedir su arribo a la Ciudad de México. Se decía que Porfirio Muñoz se había comprometido con el presidente Ernesto Zedillo para evitar cualquier movilización partidista. Esta injusticia fue la que lo empujó a acercarse a Andrés Manuel para animarlo.

"Ya era muy poca la gente, porque no había lana y no había apoyo del PRD nacional. Siguió la marcha, eran bien poquitos, no llegaba a cincuenta la gente que iba caminando. Yo fui a ver a Andrés Manuel a dos o tres días de llegar a Puebla. Me dio tristeza. Ahí le conté lo de las cajas", rememora.

Ni Lacho Heredia, ni Alberto Pérez Mendoza, ni Julieta Uribe, ni (Rafael) López Cruz, se imaginaron que esas cajas tuvieran algún valor. El mismo Mario Humberto no sabía bien a bien qué contenían. Fue su amigo de la colonia Indeco, Félix Roel Herrera, quien le habló en algún momento de la existencia de esos documentos.

"Félix a mí me había dicho que eran boletas, marcadas por el PRD, todas. Y yo se lo dije a Andrés. Él me dijo, yo las quiero en México, tú ve cómo le haces, pero las quiero allá. Andrés no me dio un peso, pero le dijo a Auldárico que me apoyara, pero Auldárico se hizo pato y nunca me apoyó. Le faltaban como ocho días a Andrés para llegar a México".

Con otro marchista, Pedro García Salazar, convencieron al dueño de una camioneta para que los regresara a Tabasco y buscaran las mentadas cajas.

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Éstas resultaron estar en una casa que estaba custodiada por un vigilante, al que le gustaban los tragos. Tenían poco de haber sido escondidas allí.

Félix Roel Herrera, quien ha sido representante electoral de Morena, confirmó que su padre aportó la información de que las 45 cajas estaban en Indeco.

A un lado de su casa, una contadora de nombre Ana Bertha López tenía una tienda, pero no vivía ahí. Ese local fue usado para almacenar las cajas. Ella trabajaba en la Secretaría de Finanzas del Estado.

"Un día, entre febrero y marzo de 1995, antes del Éxodo, una mañana llegó una camioneta de redilas a descargar la paquetería. Mi padre tenía buena relación con el vigilante, le preguntó qué era y le pidió si podía ver esos papeles que se suponía que eran de la Secretaría de Finanzas.

"El vigilante aceptó y lo primero que vio fue el nombre de un líder del PRD en un documento del PRI donde constaba que se le había pagado una cantidad millonaria. Era evidencia de la compra de conciencias para operar a favor de Roberto Madrazo. En esa caja estaban bien etiquetados los pagos a muchas personas, incluidos también sacerdotes", aseguró Roel Herrera.

Lo que el hijo de don Félix no pudo saber en aquellos días, porque su padre tomó la precaución de no contárselo, fue el santo y seña de cómo sacarían aquellas cajas, que no eran pocas.

"Sabían que doña Bertha no se iba a dar cuenta porque ella no vivía ahí, sólo era una tienda. Confiaba en que todo estaba seguro porque su vigilante era de confianza. Lo que no sabía ella es que al velador le gustaban los tragos y se quedaba dormido. Mi papá y los otros le invitaron la juerga, se emborrachó y no supo qué pasó".

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