Grupo Cantón presenta a partir de este lunes una revisión histórica de Andrés Manuel López Obrador, un actor que ha dejado huella en Tabasco y México desde los primeros pasos de su activismo social y político, hace más de 40 años. Aquí repasaremos desde la época de su niñez, su inicio político en el PRI, sus búsquedas por la Gubernatura, sus episodios de movilizaciones, con bloqueos a campos petroleros y marchas. Y en la esfera nacional, su liderazgo al frente del PRD, partido con el que fue Jefe de Gobierno de la CDMX y abanderado por la Presidencia dos veces.
La entrada y salida de enfermeras por las puertas del quirófano alertó a don Andrés, algo no andaba bien ahí dentro, su mujer había ingresado por la mañana para dar a luz al primer descendiente de la estirpe; con apenas un año de casados, la pareja tenía bastantes esperanzas en el primer retoño.
-Doctor Pinzón, ¿ya nació mi hijo? -preguntó a un hombre que traía cubierto el rostro con un tapabocas azul.
El doctor José Pinzón se secó el sudor con el dorso de la mano y miró a los ojos a su interlocutor.
-El chamaco es rejego, no quiere salir, pero no se preocupe, ya he tenido otros casos similares y luego hasta jonroneros me salen–bromeó el galeno antes de perderse por el pasillo. Evidentemente algo no iba bien.
Sus suegros le habían recomendado esta clínica de Macuspana como la mejor antes de alcanzar Villahermosa. La joven pareja había tenido que dejar encargada la tienda que tenían en el mercado para hacer el viaje muy de madrugada, de Tepetitán a Macuspana.
Con las siluetas de los cerros recortándose en medio de la noche por la ventanilla del primer autobús que salía hacia Macuca, Andrés había recordado a Manuela la tarde en que se conocieron: él estaba explorando los campos petroleros de la región con una cuadrilla de compañeros, la mayoría originarios de Veracruz, y pocas veces dejaba los pantanos y mosquitos para acercarse al pueblo.
Esa vez que se atrevió a ir a Tepetitán, entró a la tienda de la esquina del parque nada más para matar el tiempo. Entre cuartas, sillas de montar, sombreros charros y costales de maíz, apareció Manuela. La vio y quedó prendado de su piel clara. No es que el joven explorador fuera moreno, pues una parte de su sangre era española por parte de sus parientes paternos, entre ellos, un vasco que se había internado al sureste mexicano a principios del siglo XX por la única puerta posible de entrada, el puerto de Frontera.
Pero era raro encontrar mujeres así por esos rumbos.
-¿Diga, caballero? –sonrió aquella vez Manuela, sin imaginar que aquel hombre que tenía enfrente pronto sería su marido.
-¿Cuánto sale la silla de montar? –fue lo primero que se le ocurrió decir al petrolero. De inmediato se arrepintió de aquella mentira.
La muchacha lo vio de pies a cabeza, con sus zapatos bien boleados y sus ropas bien arregladas. No parecía andar a caballo, si exceptuaba un poco sus manos tostadas por el sol.
-¿Sabe montar? –titubeó en preguntar la joven.
-La verdad sólo quiero saber, porque ando con la idea de quedarme por aquí y seguro necesitaré una montura. También un caballo –agregó.
Los dos desconocidos, el explorador y la dependienta se rieron, y así comenzó el trato que culminaría en el abandono de los campos petroleros y el inicio del comercio a la sombra.
Al casarse lograron acordar, luego de barajar un sin fin de nombres que los ponían en guardia uno del otro, que si era varón llevaría los nombres de los dos enamorados: Andrés y Manuela.
Don Andrés se despertó por el cambio de guardia de la recepcionista.
Miró el reloj. Era medianoche.
Se acercó al pequeño escritorio y preguntó a la enfermera: -¿Ya nació Andrés Manuel? La trabajadora social, una mujer obesa con la cara maquillada en exceso, lo miró enojada.
-¿Quién es usted? -Soy el esposo de doña Manuela Obrador, Andrés López, su servidor.
Ingresé a mi esposa esta mañana y no he sabido nada de ella hasta ahorita.
-Su esposa está bien. Aún no ha dado a luz.
-¿Sabe usted por qué? -¡Tranquilícese!, ya el doctor Pinzón le explicará a primera hora.
En la sala de espera cerró los ojos y trató de respirar profundamente.
Tuvo que abrirlos porque una voz muy suave le hablaba. Era una señora que también esperaba informes.
-¿Por qué no va a ver al doctor Luis Falcón? Está aquí adelante, en la siguiente cuadra. Es mejor tener una segunda opinión médica.
Apenas amaneció, el prospecto a padre caminó con rapidez hasta el consultorio del doctor Falcón.
No estaba aún la secretaria, así que tocó directamente a la puerta del consultorio.
-¡Pase!- gritó una voz desde adentro.
El doctor Falcón era un médico con las sienes y el bigote canoso, usaba unas monturas gruesas porque sus lentes eran casi de fondo de botella, y eso de alguna manera dio confianza al visitante, quien contó el asunto muy apesadumbrado.
-¿Y dónde está su esposa? –inquirió el doctor Falcón.
-En la clínica del doctor Pinzón.
El anciano vestido de blanco hizo una mueca que no trató de ocultar.
Entre él y el doctor Pinzón había una rivalidad añeja. Ni siquiera recordaban ambos el motivo, pero ni uno ni otro se hablaban.
-No iré a la clínica de mi competencia.
-Por favor, hágalo por mi Andrés Manuel –rogó el joven casado.
-¿Por quién? -Por mi hijo, por Andrés Manuel, que si Diosito quiere así se llamará en este mundo.
El doctor Falcón era un escéptico de la divinidad, pero la súplica de aquel joven lo caló en los huesos.
Él también había sido joven, esposo enamorado y padre.
-Está bien, espéreme afuera.
La cara del doctor Pinzón al ver a su rival en su propia clínica era de incredulidad. Antes que pudiera decir algo, el galeno Falcón atajó: -Estoy aquí por razones humanitarias, vengo a ayudarte en el parto de la mujer de este hombre. Algo traerá este niño bajo el brazo que nos ha logrado reunir a los dos en una misma causa.
Un día después, el 13 de noviembre de 1953, el niño rejego vio la luz por primera vez.
Con información de:
• Investigación: Carlos Marí, Mariel Arroyo
• Documentación y verificación: Javier Núñez Narrativa y Carlos Coronel Solís
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