Rodrigo Sánchez es un superviviente. Tiene tres impactos de bala y vio morir a tres compañeros suyos, migrantes como él luego que los secuestraran, a escasos kilómetros de la frontera, por la ruta migrante Tenosique-Palenque.
Era su segundo intento de llegar a Estados Unidos. La vez anterior lo habían intentado por Tenosique, hace unos meses, pero los habían deportado. Esta vez entraron por Frontera Corozal, Chiapas, y antes de llegar a Ocosingo les ofrecieron un aventón en una camioneta, y se subieron.
Más adelante les dijeron que era un secuestro.
Amenazándolos con armas, les pedían tres mil dólares para dejarlos libres y los teléfonos de sus familiares.
Como dijeron que no tenían dinero, les estuvieron dando vueltas a bordo de dos camionetas.
Luego los bajaron en un paraje junto a la carretera y ahí mataron a tres. Rodrigo suplicó por su vida.
"No me maten, les dije, yo vengo a luchar por mi familia". De todos modos le dispararon. En eso, Óscar, su otro compañero que quedaba, se echó a correr, y los secuestradores lo persiguieron.
"Yo me arrastré como pude, la verdad. El cuerpo ya no lo sentía, y luego ahí le pedí al Señor fuerzas.
Yo sentí algo que me recorría de los pies a la cabeza, luego me arrastré como pude y me escondí en un zacatal. Me quedé un ratito, yo no quería respirar fuerte", recuerda.
"Al ratito me levanto y no había nadie, sólo cuerpos. Habían tres cuerpos.
Había uno que respiraba, pero la sangre lo estaba ahogando".
En el testimonio de Rodrigo, recogido antes de que partiera de regreso a Honduras con la intervención del consulado de su país, los hechos son un poco confusos a partir de entonces. Aunque ya había recibido atención médica por sus heridas de bala (tres en su espalda y una en el cuello), al hacer la narración su voz delata la fiebre del miedo.
Rodrigo se quitó los tenis que le estorbaban para correr.
Un secuestrador que lo perseguía en la otra camioneta a donde lo habían subido era el que lo había amenazado con hacerlo pedacitos con un machete.
Asustado, se escondió entre el montazal hasta que ya no aguantó más el dolor de sus heridas. En las piernas le dieron calambres. Pidiéndole a Dios ver de nuevo a su madre, se animó a salir a la carretera y siguió los postes de luz hasta que se encontró con una anciana.
"Llegué donde una doñita estaba echando tortillas. Le dije, "madre, ayúdeme, ya no aguanto".
"Siéntate ahí, vamos a ver cómo te ayudamos", me dijo. Luego se empezó a amontonar la gente. Finalmente le llamaron a una patrulla, y con la gestión de organizaciones civiles, de las autoridades de Chiapas y el consulado de Honduras, Rodrigo fue auxiliado.