CAMPECHE, CAMP. Lo que hace apenas 12 horas era un campo de batalla por el último regalo y la cena perfecta, hoy es un desierto de paz bajo el sol de diciembre. Campeche ha pasado de la histeria colectiva al murmullo del hogar. La ciudad despertó este 25 de diciembre sumergida en una resaca de tranquilidad.
El fenómeno es absoluto, la movilización frenética del 24 de diciembre se transformó en una parálisis voluntaria. Las familias campechanas han abandonado el asfalto para refugiarse en lo que realmente importa, el ritual del recalentado, el eco de los juguetes nuevos siendo estrenados en las salas y la compañía sin prisa.
Tras una víspera de Navidad donde el Centro Histórico, el Mercado Principal “Pedro Sáinz de Baranda” y la Av. Gobernadores colapsaron bajo el peso de miles de compradores de última hora, el contraste es casi irreal. Las calles, usualmente congestionadas por el humo y el ruido de los motores, hoy son propiedad exclusiva de la luz del sol que rebota limpia sobre las aceras vacías.
Apenas uno o dos vehículos se aventuran por las avenidas que ayer parecían laberintos sin salida. Ni un alma recorre los pasillos del mercado o transita puntos importantes como la avenida Francisco I. Madero o la zona del Ah Kim Pech; no hay gritos de oferta ni el roce de las bolsas de plástico.
La ciudad respira. Este 25 de diciembre, el beneficio para el ciudadano no está en el consumo, sino en el derecho al descanso. También nos recuerda que, después de la locura por “tener”, siempre llega la calma de “estar”. Hoy, la gente prefiere reposar, con esto es claro que Campeche dejó atrás la furia del consumo ya que el único lujo que queda es el tiempo con los suyos.

