CAMPECHE, CAMP. La pausa ordenada por el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum al maíz transgénico no detuvo su circulación real en el campo mexicano. La siembra clandestina sigue viva, extendiéndose en parcelas ocultas en diversos partes del país y en manos de grandes productores que operan lejos del escrutinio.
Ese avance silencioso, advierte el investigador Juan Manuel Pat, no sólo amenaza la diversidad del maíz nativo, también violenta la autonomía alimentaria de los pueblos que sostienen la identidad agrícola del país. Aunque no existen casos recientes ni estadísticas, el problema sigue latente.
El maíz transgénico fue presentado como una solución milagrosa, resiliente ante sequías, plagas, malezas e insectos. Una promesa global que lo vendió como la panacea del rendimiento agrícola. Pero su estructura genética revela la grieta, contiene genes de bacterias, animales y otras especies, alteraciones que rompen los procesos naturales de la planta.
INVASIÓN GENÉTICA AVANZA
Ahí empezó la polémica internacional sobre su impacto en la salud humana. La amenaza más directa no está en el laboratorio, sino en la milpa. Si una parcela tradicional recibe accidentalmente polen transgénico, se pierde una variedad nativa y, con ella, parte del patrimonio alimentario del país.

