CAMPECHE, CAMP. El Centro de Estudios en Seguridad Pública, en Kila, Lerma, volvió a llenarse de pasos firmes y miradas tensas, la XXVIII Generación de Policías Estatales de Proximidad salió oficialmente a escena. Son 50 cadetes recién formados y 25 elementos provenientes de la Guardia Nacional, Defensa y Marina. Ahora se convertirán en parte de la fuerza activa que deberá reforzar la vigilancia y proteger a campechanos.
Ahí, frente a ellos, la gobernadora Layda Sansores buscó subrayar el sentido del momento, este grupo, dijo, será pieza del compromiso con un Campeche que pide una policía “cercana y humana”. Más allá de la emotividad de su declaración señaló —“me conmovió profundamente ver su esfuerzo”— el mensaje clave fue otro: la corporación que recibieron “casi en pedazos” necesita músculo inmediato, y estos 75 elementos son la primera línea para recomponer presencia en territorio.
La ceremonia reunió también a la secretaria de Gobierno, Liz Hernández, y a la secretaria de Protección y Seguridad Ciudadana, Marcela Muñoz. Entre las constancias entregadas, los saludos formales y los uniformes nuevos, la expectativa que se instaló entre los asistentes fue clara: estos recién graduados no son un acto protocolario, son refuerzo operativo.
La mandataria enmarcó el evento como un paso más hacia una policía profesional. Pero para la gente —quien lidia con colonias oscuras, carreteras solitarias y reportes que tardan en atenderse— la relevancia está en algo más simple y más urgente: si estos 75 elementos se traducen en vigilancia real. Si aparecerán donde antes no había patrullaje. Si escucharán, si atenderán, si harán diferencia.
Los discursos terminaron, la foto oficial se tomó y los nuevos policías salieron del recinto con uniforme nuevo y responsabilidad pesada. Desde hoy, su graduación deja de ser ceremonia: se vuelve prueba. Y esa prueba se rendirá en la calle, no en el estrado.

