CDMX – Campeche, ese rincón sureño que durante décadas fue botín de campaña y olvido de gobierno, recibe hoy la mano extendida de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. No es retórica: Son 24 mil pesos anuales por productor de arroz, 300 kilos de fertilizante gratuito por hectárea, 100 kilos de semilla certificada del INIFAP, seis módulos de maquinaria de última generación y la rehabilitación del distrito tecnificado con el respaldo de Conagua.
Para la leche: inseminación de 20 vacas, ordeñadora, 28 kilos de semilla para pastos, acompañamiento técnico, incorporación al padrón de Leche para el Bienestar, seis nuevos centros de acopio y la continuidad de la planta pasteurizadora.
En carne: inseminación de 10 vacas, cerco eléctrico, pastos, 50 árboles forrajeros y técnicos especializados.
Ese es el Plan Campeche: concreto, directo, sin intermediarios.
Pero el valor de estos anuncios trasciende los números. Es la reversión de 36 años de neoliberalismo que concentró la tierra en el norte y el Pacífico, subsidió a exportadores mientras abandonaba al pequeño productor, abrió tratados que inundaron de importaciones el mercado nacional y dejó caer la producción de arroz, maíz, leche y carne.
Seis sexenios —De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto— que privatizaron ferrocarriles, fertilizantes y empresas públicas, rescataron bancos y carreteras con dinero del pueblo, y prometieron que la riqueza “gotearía” hacia abajo. Nunca goteó. Solo creció la pobreza y la desigualdad.
En 2018 el pueblo dijo basta. Andrés Manuel López Obrador cambió el modelo con una máxima humanista: por el bien de todos, primero los pobres. Sheinbaum la repite y la aplica. No es utopía: la pensión universal de adultos mayores está en la Constitución; las becas para preparatorianos y personas con discapacidad son realidad; Producción para el Bienestar entrega fertilizantes y semillas sin corrupción.
El presupuesto ya no rescata a los de arriba; levanta a los de abajo.
Cuando Sheinbaum recuerda el Movimiento de las Adelitas en 2008 —con Laida Sansores tomando la tribuna del Senado y brigadas de mujeres defendiendo el petróleo— evoca la raíz de esta lucha: no llegamos por dedazo de potentados, sino por décadas de resistencia por educación, democracia y soberanía.
Las campañas en redes que intentan desgastar al gobierno solo lo fortalecen, porque su legitimidad no está en la élite, sino en el pueblo que gobierna, con el pueblo y para el pueblo.
Campeche no es un evento más. Es la prueba de que el humanismo mexicano —ese que el Papa Francisco resume en “solo se mira de arriba abajo para tender la mano”— funciona. Mientras otros gobiernos quitaban, este da. Mientras otros importaban, este produce. Mientras otros concentraban, este distribuye.

