CDMX – No hay medias tintas. Claudia Sheinbaum Pardo, con la autoridad que le da el cargo y la historia, trazó una línea roja en el corazón del poder: quien aspire a una candidatura, renuncia.
Desde Palacio Nacional, la presidenta fue clara y contundente: “Quien tenga aspiraciones políticas para un cargo público tiene que renunciar. No puede utilizar su cargo público para promocionarse”. Y no es solo ética: la ley lo prohíbe.
El mensaje no es para la oposición. Es para los suyos. Para los morenistas que, cómodamente sentados en secretarías, subsecretarías o direcciones, usan recursos públicos, horarios oficiales y reflectores del gobierno para construir su campaña disfrazada de “gestión”.
Sheinbaum no tolerará el doble juego. No en su gobierno. No en la Cuarta Transformación, que se vendió como antídoto a la simulación, al abuso y al tráfico de influencias.
Porque eso es exactamente lo que significa autopromocionarse desde un cargo: robarle al pueblo tiempo, recursos y confianza. Es convertir el servicio público en trampolín personal. Es repetir, con otros colores, las peores prácticas del viejo régimen.

