Según datos del Vaticano y la Asociación Internacional de Exorcistas, en el mundo hay 905 sacerdotes que pueden considerarse aptos para realizar un exorcismo. Más de la mitad de estos se encuentran al menos 483 en Italia. En cambio, en México solo hay 48 exorcistas, mientras que en Campeche en este santuario hay 2 scerdotes dedicados al exorcismo, al igual que en los otros estados de la Península.
Los Apóstoles del Inmaculado Corazón de María son una Asociación Pública de Fieles fundada por los Padres Ricardo Coll Mónico originario de Argentina, Carlos Humberto Spahn y Jorge Hetze, en 2008, en la Diócesis de Campeche (México). Desde hace más de 15 años el padre Ricardo y Jorge fungen como exorcistas en la capital, ya que el sacerdote Carlos reside en Tuxtla Gutiérrez.
DOS TIPOS DE EXORCISMO
En la Iglesia Católica, efectivamente existen dos tipos de exorcismo reconocidos oficialmente. El exorcismo menor o simple, se usa en contextos de rituales católicos como el “bautismo”, donde hay oraciones que piden liberación del mal y preparación espiritual. Así como liturgias de liberación o protección que cualquier fiel puede recitar.
El exorcismo mayor o solemne, es el que se hace en casos de posesión demoníaca. Este sí requiere un permiso formal del obispo, según el Canon 1172 del Código de Derecho Canónico. Solo un sacerdote con ese permiso puede realizarlo, y el Catecismo de la Iglesia Católica, también lo menciona explícitamente.
Las posesiones demoníacas, aunque raras, existen, asegura el monje. Pero no es un acto masivo ni inmediato, lleva tiempo, prudencia y discernimiento En el Santuario del Inmaculado Corazón de María, avalado por la Diócesis de Campeche, se han realizado exorcismos formales, pero también miles de liberaciones espirituales, ritos en los que se rompen las ataduras malévolas del alma.
Allí, en medio de la selva, entre el silencio y las oraciones, la lucha entre el bien y el mal continúa. Este lugar sagrado, es más que posesiones y aunque todo es real, hay que recordar que este rito no es un show, es una batalla real, oculta y cuidadosamente protocolizada, por lo que la Iglesia considera el alma de sus fieles.
