CAMPECHE.- Bajo el sol abrasador de octubre, el cementerio de Pomuch se tiñe de colores vibrantes: nichos pintados de azul, amarillo y rojo, como un lienzo vivo que contrasta con la solemnidad de la muerte. Aquí, en esta junta municipal a 56.5 kilómetros de la capital campechana, perteneciente al municipio de Hecelchakán, no se entierra el pasado; se le revive.
Cada año, durante el Día de Muertos, las familias desentierran los huesos de sus seres queridos, los limpian con brochas suaves y los envuelven en servilletas nuevas, bordadas con cruces y nombres. Es el Choo Ba’ak, la “limpieza de los santos huesos”, una tradición maya que ha trascendido fronteras y que, el 30 de octubre de 2017, fue elevada a Patrimonio Intangible del Estado de Campeche por decreto del Poder Ejecutivo.

“Tradición trasciende entre generaciones”
¿Qué significa ser patrimonio intangible? No son monumentos de piedra, sino el alma etérea de un pueblo: expresiones, conocimientos, rituales y tradiciones que se transmiten de boca en boca, de mano en mano. Fiestas, lenguas, gastronomía, danzas… y en Pomuch, el Choo Ba’ak, esa esencia frágil pero indispensable que forja la identidad comunitaria.
Con 9 mil 607 habitantes —casi equilibrados entre 4 mil 856 mujeres y 4 mil 751 hombres, que conforman el 30 por ciento de Hecelchakán—, este pueblo maya guarda celosamente su rito, aspirando incluso a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.
El cementerio, sin una fecha precisa de fundación, no brilla por su arquitectura, sino por lo que ocurre en sus entrañas. Sus nichos, adornados con manteles bordados, son el epicentro de un legado maya antiguo: venerar el cráneo de los ancestros para honrar su memoria. Tres años después del entierro, los restos son exhumados. “No es miedo, es amor”, susurran los locales mientras barren el polvo de los huesos con ternura.

ORÍGENES EN LA BRUMA MAYA
Las raíces del Choo Ba’ak se hunden en la cosmovisión maya, donde la muerte no es fin, sino transición. Conservar los cráneos era mantener el espíritu cerca, un diálogo eterno con los antepasados.
Hoy, pese a la modernidad, el ritual persiste en noviembre: una ofrenda de respeto que aleja el olvido. “Honramos para que no nos olviden”, dice un anciano, y en sus palabras late el pulso de generaciones.

A su corta edad, Luis entiende que de esta forma honra a sus antepasados.
RITUAL, PASO A PASO: TESTIMONIO DE GUSTAVO ÁNGEL FARFÁN
Gustavo Ángel Farfán, un joven de Pomuch con manos curtidas por la tradición, me guía entre las tumbas. “Para un difunto reciente, esperamos tres años exactos”, explica con voz serena. “Exhumamos el cuerpo, y con una brocha suave quitamos el polvo y los tejidos acumulados. Los huesos grandes van primero: se limpian con delicadeza, como si aún sintieran. Se colocan en una caja de madera, del tamaño según la edad y estatura del fallecido, sobre un paño blanco bordado con una cruz y su nombre”.
Luego, los huesos pequeños: algunos con brocha, otros con trapo blanco. “Al final, los depositamos en el nicho. El 1 y 2 de noviembre, llegan flores, velas, comida. Es recordar con amor, no con horror”. Gustavo sonríe; para él, es un puente entre mundos.

VIDAS TEJIDAS EN EL RECUERDO: VOCES DE POMUCH
La señora María Candelaria, de 83 años, me recibe en su humilde hogar. Con manos temblorosas pero firmes, describe su rutina: “En octubre, limpio la casa, armo el altar con fotos de mis difuntos, sus frutas favoritas, pan dulce. Luego, al cementerio: limpio los huesos de mis padres, les pongo velas y flores. Es como si volvieran a casa”.
El señor Elías Moisés, de 68 años, reúne a su familia en estas fechas. “Nos juntamos en casa, armamos el altar, comemos juntos. Reímos recordando anécdotas, lloramos por los que se fueron. Es convivencia, es familia”. Sus ojos brillan con lágrimas contenidas.

LA IGLESIA: ALIADA EN LA VENERACIÓN
¿Y la fe católica? El administrador diocesano Marcos Rubén Cohuo Muñoz lo aclara: “La Iglesia está a favor, siempre que sea respeto cultural y veneración ancestral. No prohibimos; honramos. Se colocan velas, flores, se cambian sábanas, se rezan misas. La muerte no es desgracia, es esperanza cristiana”.
El párroco de Pomuch, Fernando Mex Colli, añade: “Es cultura regional. Las familias rezan, hablan con sus difuntos. No vemos mal; es respeto. A los visitantes: vengan con reverencia esta semana”. Su llamado resuena en el camposanto, donde cruces y calaveras conviven en armonía.
En Pomuch, la muerte no aterra; une. El Choo Ba’ak es un testimonio vivo: los huesos limpios susurran historias, las ofrendas alimentan el alma colectiva. Aquí, en este rincón maya de Campeche, el pasado no muere; se renueva, generación tras generación.

La familia Tun continúa con la tradición de la limpieza de huesos de sus seres queridos ya fallecidos.

