CAMPECHE.- En el vibrante mundo del arte visual, Rebeca Reyes Espinosa, conocida como “Dama Pecadora”, ha encontrado su voz. Esta joven campechana, egresada de la carrera de Artes Visuales del Benemérito Instituto Campechano, abrió su corazón en una charla exclusiva con Campeche Hoy, compartiendo su trayectoria, inspiraciones y la pasión que la ha llevado a convertir sus emociones en lienzos llenos de vida.
El nombre “Dama Pecadora” no surgió por casualidad. Rebeca buscaba algo que capturara la atención, que fuera fácil de recordar y que reflejara su esencia. Jugando con sinónimos y conceptos que le apasionan, dio con un alias que encapsula su personalidad: audaz, evocador y profundamente personal.
“Quería un nombre que fuera llamativo, que se quedara en la mente, y que de alguna forma hablara de mí”, comparte con una sonrisa.
Desde niña, Rebeca sintió un impulso irrefrenable por el arte. Las paredes de su hogar fueron sus primeros lienzos, espacios donde dejaba volar sus ideas a través de rayones y garabatos.
Esa chispa inicial la llevó a explorar técnicas y a decidir, con convicción, que su vida estaría dedicada al arte visual. “Siempre me motivó aprender, experimentar con colores, texturas, formas. Sabía que esto era lo mío”, recuerda.
Dos momentos marcaron un antes y un después en su trayectoria. El primero fue la creación de un cuadro titulado La despedida, un trabajo escolar que transformó su forma de ver el arte.
“Ese cuadro cambió mi estilo, me permitió encontrar una voz propia”, explica.
El segundo momento llegó cuando descubrió a la foca monje del Caribe, una especie endémica de las costas mexicanas, hoy extinta. Fascinada por su historia, Rebeca decidió que este animal sería un eje central en su obra, un símbolo de conexión con su entorno y su identidad.
A lo largo de los años, la evolución de Rebeca como artista ha sido un viaje de autodescubrimiento. “Con cada obra, me conozco más. He aprendido qué me gusta, qué me mueve, y he definido quién soy como persona y como artista”, reflexiona.
Sus creaciones son un reflejo de su mundo interior, un espacio donde las emociones encuentran forma a través de colores y símbolos. La foca monje, en particular, se ha convertido en una musa que la inspira a seguir creando, a transformar ideas en imágenes que transmiten paz y conexión.
El proceso creativo de Rebeca comienza con algo tan simple como una frase, ya sea un pensamiento propio o un fragmento de un libro. Como artista simbólica, su obra está impregnada de significados sociales, culturales y personales.
“Elijo los símbolos que me representan, los que siento que cuentan mi historia, y a partir de ahí construyo bocetos, elijo colores y doy forma a la idea final”, detalla.
Este enfoque meticuloso le permite plasmar en el lienzo momentos de introspección y calma.
Rebeca no teme al fracaso. Al contrario, lo abraza como parte esencial de su crecimiento. “Antes, no me aceptaban en algunos lugares, o yo misma no me encontraba. Pero el fracaso nunca me detuvo. Es una forma de aprender qué te gusta, qué no, y cómo manejarlo”, afirma con seguridad.
Esta mentalidad abierta le ha permitido explorar sin miedo, incluso cuando el rumbo de una obra no está del todo claro.
Saber cuándo una pieza está terminada es, para ella, una cuestión de intuición. “Llega un punto en los detalles finales donde siento que no hay nada más que añadir, que la energía creativa de ese momento se agotó. Ahí sé que está lista”, explica.
Su estilo, que define como simbólico con toques de abstracción, encuentra su medio ideal en el óleo. “Los colores son más vivos, y como tarda en secar, me da tiempo de trabajar los detalles con calma”, comparte.
A través de su arte, Rebeca busca transmitir emociones crudas y experiencias universales.
“Quiero que mis obras hagan sentir, que inviten a la gente a interpretarlas, a dar su propia opinión”, dice. Para ella, el arte tiene una responsabilidad social innegable. Desde los murales que narran la historia hasta las ilustraciones que capturan momentos clave, el arte es un lenguaje visual que trasciende el tiempo. “Es una forma de entender el mundo, de compartir lo que pasó, lo que sentimos, lo que somos”, reflexiona.
En un nivel profundamente personal, el arte es el refugio de Rebeca, su terapia, su manera de encontrar equilibrio. “Es mi vida, mi mundo. Cuando digo que voy a descansar, termino pintando. El arte me hace feliz”, confiesa con una chispa en la mirada.
Cada pincelada es un acto de amor, una extensión de su ser que la conecta con los demás y consigo misma.
Con “Dama Pecadora” como estandarte, Rebeca Reyes Espinosa sigue tejiendo su legado en el arte visual, llevando consigo la memoria de la foca monje y la fuerza de sus emociones. En cada obra, deja un pedazo de su alma, invitando a quienes la observan a detenerse, sentir y reflexionar.

