CDMX – Una vez más, la derecha mexicana, carente de ideas y proyecto, se refugia en su estrategia más gastada: la campaña de desprestigio. Esta vez, han decidido gritar a los cuatro vientos que la violencia avanza en el país, como si con sus alaridos pudieran ocultar su propia irrelevancia.
La presidenta Claudia Sheinbaum, con la claridad que la caracteriza, no dudó en calificar esta radicalización como “muy mal”. Y no es para menos: en su desesperación, la oposición ha cruzado una línea peligrosa, incitando a la discordia en lugar de proponer soluciones.
La frustración de la derecha es palpable. Cada día que pasa, el pueblo de México les da la espalda con más contundencia.
Sus discursos vacíos, cargados de miedo y rencor, ya no resuenan en una sociedad que apuesta por la transformación y el bienestar colectivo. Como bien señaló la mandataria, “no tienen proyecto”.
Sus críticas no son propuestas; son lamentos de quienes ven desvanecerse su influencia.
Han quedado reducidos a un eco de sí mismos, atrapados en una nostalgia por los privilegios que el México de antes les garantizaba. El colmo de esta deriva opositora lo representa Jorge Romero, dirigente del PAN, quien, en un acto de absoluta irresponsabilidad, ha llegado a instigar a la violencia.
Sus palabras no solo son un reflejo de la impotencia de su partido, sino una afrenta a la estabilidad que México necesita.
La presidenta Sheinbaum, con firmeza, le exigió recapacitar y retractarse, un llamado que debería resonar no solo en Romero, sino en toda una derecha que parece haber olvidado el significado de la política como servicio público. ¿Es este el liderazgo que el PAN ofrece? ¿Un discurso que, en lugar de construir, apuesta por el caos? Pero no debería sorprendernos. La trayectoria de Romero está lejos de ser intachable.
Como recordó la presidenta, su nombre está ligado al escándalo del Cártel Inmobiliario en la alcaldía Benito Juárez, un caso que destapó la podredumbre de una red de corrupción que, durante años, saqueó a los ciudadanos en beneficio de unos pocos.
¿Con qué autoridad moral puede alguien así alzar la voz para criticar al gobierno? La respuesta es clara: ninguna. Este episodio no es más que una mancha en la larga lista de desaciertos de una derecha que, en su afán por recuperar el poder, ha perdido toda credibilidad.
