CDMX- La elección del cardenal Robert Francis Prevost como el 267° Papa de la Iglesia Católica ha sorprendido al mundo. Este estadounidense de 69 años, con una vida marcada por el servicio misionero, la erudición y un profundo vínculo con América Latina, emerge como un líder que combina la fidelidad a la tradición con el espíritu reformista de su mentor, el papa Francisco.
Desde las calles polvorientas de Chiclayo, Perú, hasta los pasillos del Vaticano, la trayectoria de Prevost es la de un pastor incansable, un intelectual políglota y un puente entre continentes. Esta es la vida y obra del hombre que ahora guía a los mil 400 millones de católicos del mundo.
RAÍCES HUMILDES, VOCACIÓN GLOBAL
Nacido el 14 de septiembre de 1955 en Chicago, Robert Prevost creció en un entorno modesto que forjó su carácter sencillo y su sensibilidad hacia los más necesitados. A los 22 años, en 1977, ingresó al noviciado de la Orden de San Agustín, una comunidad religiosa conocida por su énfasis en la vida comunitaria y la misión. En 1982, fue ordenado sacerdote, un paso que marcó el inicio de una carrera dedicada al servicio.
Su formación académica es tan diversa como su vocación. Graduado en Matemáticas en Filadelfia, Prevost se trasladó a Roma para estudiar en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino (Angelicum), donde obtuvo un doctorado en Derecho Canónico.
Además, completó una maestría en Divinidad con mención en Misión Intercultural, una credencial que refleja su compromiso con una Iglesia que trasciende fronteras culturales. Políglota, domina varios idiomas, incluyendo el español, que perfeccionó durante sus años en América Latina.
MISIONERO EN EL CORAZÓN DE PERÚ
El vínculo de Prevost con América Latina, especialmente con Perú, define gran parte de su identidad. En 1985, la Orden de San Agustín lo envió como misionero a la diócesis de Chiclayo, en el norte del país. Lo que comenzó como una misión temporal se convirtió en una conexión de más de dos décadas.
Prevost se integró profundamente a la vida local, al punto de obtener la nacionalidad peruana en 2015. “No solo era un sacerdote; era uno de nosotros”, recuerda un feligrés de Trujillo, donde Prevost sirvió como párroco fundador.
En Perú, desempeñó múltiples roles: vicario parroquial, canciller, director de formación de seminaristas y párroco. Su estilo pastoral, cercano y compasivo, resonaba con las comunidades marginadas.
Fundó parroquias en zonas pobres, acompañó a los campesinos en sus luchas y promovió una fe viva, enraizada en las realidades sociales. En 2014, el papa Francisco reconoció su labor nombrándolo obispo de Chiclayo, un cargo que consolidó su influencia en la Iglesia peruana.
Su amor por América Latina trasciende lo pastoral. Prevost defiende una Iglesia con “rostro latinoamericano”, comprometida con los pobres y sensible a los desafíos de la región, desde la desigualdad hasta la crisis climática. Como presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, ya en Roma, se convirtió en un puente entre el Vaticano y las iglesias locales, abogando por una mayor inclusión de las voces del continente en la toma de decisiones eclesiales.
ASCENSO EN LA IGLESIA Y CERCANÍA CON FRANCISCO
La carrera de Prevost en la jerarquía eclesiástica refleja su capacidad para combinar el trabajo de campo con responsabilidades globales. Entre 2001 y 2013, fue prior general de la Orden de San Agustín, liderando a miles de religiosos en todo el mundo desde Roma.
En 2014, su nombramiento como obispo de Chiclayo marcó un regreso a Perú, pero su trayectoria dio un nuevo giro en 2023, cuando Francisco lo llamó al Vaticano como prefecto del Dicasterio para los Obispos, un rol clave en la selección de líderes eclesiásticos.
Simultáneamente, asumió la presidencia de la Pontificia Comisión para América Latina.
