MÉXICO- La tarde cae suave sobre la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, donde el bullicio cotidiano del Zócalo parece detenerse por un instante. Las campanas de la Catedral Metropolitana resuenan, convocando a los fieles a la Misa de la Cena del Señor.
Es Jueves Santo, un día cargado de simbolismo en la tradición católica, y en el corazón de la Gran Tenochtitlan, el cardenal Carlos Aguiar Retes se prepara para un gesto que trasciende el rito: el lavatorio de los pies. Pero esta vez, los pies que lavará no son solo un símbolo de humildad; son los pies cansados, heridos y resilientes de madres buscadoras, migrantes en tránsito y familiares de víctimas de suicidio.
A las 17:00 horas, la nave central de la Catedral se llenará de murmullos y pasos quedos. La luz de los vitrales se filtra, pintando de colores tenues los rostros de quienes ocupan los primeros bancos.
Entre ellos estará Rosa, una mujer de mirada firme pero agotada, que lleva años recorriendo fosas y oficinas en busca de su hijo desaparecido. A su lado, José, un migrante guatemalteco que dejó todo atrás y ahora enfrenta la incertidumbre de un futuro incierto en un país que no es el suyo.
