MÉXICO.- El Zócalo capitalino se convirtió en un ring monumental, no para pelear entre nosotros, sino para noquear a la violencia y las adicciones. Bajo un sol que pintaba de verde, blanco y rojo a 42 mil mexicanos de todas las edades, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo dio el campanazo inicial a la Clase Nacional de Boxeo, un evento que resonó simultáneamente en las plazas públicas de las 32 entidades del país. Fue más que una lección de jabs y uppercuts; fue ungrito colectivo de paz, un derechazo a las sombras que acechan a la juventud.
“Esta clase es un mensaje a todo México y al mundo: aquí construimos paz, prosperidad y elegimos ser un país libre, independiente y soberano”, lanzó Sheinbaum desde el corazón de la capital, con la fuerza de quien sabe que el deporte puede ser un gancho al mentón de los problemas sociales.
Ante una plancha abarrotada, donde niños, abuelos y jóvenes ondeaban banderas y guantes, la mandataria destacó el espíritu de un pueblo que no se rinde: “Somos valientes, solidarios y fraternos. No dejamos a nadie atrás”.
El aire combinado con el sudor olía a esfuerzo y esperanza. Entre el mar de asistentes, las palabras de la presidenta retumbaban como un eco de ringside: “Las y los jóvenes dicen ‘no a la violencia, no a las adicciones’. El pueblo de México dice ‘no al racismo, no al clasismo, no al machismo’. Y decimos ‘sí a la educación, sí al deporte, sí a la paz, sí al amor’”. Cada frase era un golpe certero, un recordatorio de que esta clase —parte del eje de Atención a las Causas de la Estrategia Nacional de Seguridad— no era solo ejercicio físico, sino un combate por el alma del país.
Y qué mejor manera de dar ese mensaje que con el respaldo de leyendas del cuadrilátero. Julio César Chávez, con su mirada de acero; Rubén “Púas” Olivares, un ícono de otros tiempos; y Roberto “Manos de Piedra” Durán, el panameño que aún impone respeto, estaban ahí, guanteando junto a nuevas generaciones como Isaac “Pitbull” Cruz y Jessica Nery Plata. Hasta Oscar de la Hoya, el “Golden Boy”, se subió al ring simbólico para arengar a la multitud: “No a las adicciones, sí al boxeo”. Sus palabras levantaron vítores como si acabara de conectar un nocaut.
El evento tuvo su propio cartel estelar. Además de los campeones, figuras como Mauricio Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), y Rommel Pacheco, director nacional de Cultura Física y Deporte, se sumaron al esfuerzo. Hasta la ONU, con Kristian Hölge de la Oficina contra la Droga y el Delito, dio su respaldo. “El deporte nos hace más libres, más sanos y más felices”, remató Sheinbaum, y nadie pudo rebatirlo. Era como ver a un púgil levantarse de la lona: el pueblo, organizado, demostraba que nada es imposible.
Mientras los guantes se alzaban y los gritos de “¡Viva México!” retumbaban, el Zócalo se volvió un símbolo. No había rivales en el ring, solo aliados en una misma causa. “México es maravilloso, como México no hay dos”, cerró la presidenta, y el eco de su voz se mezcló con el sudor y la pasión de miles.
La Clase Nacional de Boxeo no fue solo un evento; fue una victoria por decisión unánime, un triunfo del espíritu sobre la adversidad. Y en ese ring sin cuerdas, el pueblo demostró que, con cada golpe al aire, está dispuesto a pelear por un futuro mejor.
