CAMPECHE, CAMP. “Una piedrita que cayó sobre el altar fue el primer aviso de que algo más grande se avecinaba”, relató el padre Fernando Manzo Barajas, visiblemente afectado al recordar el colapso que destruyó el techo de la parroquia de San Luis Obispo en Calkiní.
El padre oficiaba una misa el sábado a las 7 de la noche, cuando algo tan pequeño como una piedra, cayó desde el techo, marcó el comienzo de un trágico desenlace. “Era como si el cielo nos estuviera advirtiendo de lo que estaba por pasar”, reflexionó con tono serio y preocupado.
El padre Fernando, quien había estado realizando gestiones ante el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) debido a las grietas visibles en el techo de la iglesia desde hacía más de un año, recordó que las peticiones de ayuda fueron en su mayoría ignoradas, lo que contribuyó a la catástrofe.
“El deterioro comenzó hace más de un año, con escurrimientos y filtraciones, y aunque pedimos ayuda, no llegó a tiempo. Fuimos ignorados y esto es el resultado”, comentó el sacerdote, quien había solicitado apoyo desde 2023, cuando la estructura de la iglesia ya mostraba señales de debilitamiento.
FILTRACIONES, GRIETAS Y UN TECHO EN PELIGRO
El deterioro del techo de la iglesia comenzó a ser evidente desde el 2023, cuando las lluvias constantes empeoraron la situación. En agosto de ese año, una parte del plafón se desprendió y cayó sobre los bancos, lo que alarmó al personal.
Sin embargo, los esfuerzos realizados para solucionar el problema fueron temporales, ya que el INAH solo les permitió hacer reparaciones superficiales, como el uso de impermeabilizantes que, a pesar de los esfuerzos de la comunidad, no fueron suficientes para detener el avance del daño.
El 8 de noviembre, el padre se dio cuenta de que las grietas se habían profundizado y la situación era cada vez más grave. Por ello, decidió cerrar una parte de la iglesia al público y acordonar la zona del coro y la cúpula.
“Hicimos todo lo posible para proteger a la comunidad, pero sabíamos que no podíamos seguir esperando más”, relató el sacerdote, mientras lamentaba que el INAH nunca respondiera a tiempo.
EL PESO DEL TECHO DESTRUYÓ EL AREA DEL CORO
El área del coro de la iglesia, un lugar que durante años había sido testigo de las melodías y cantos que acompañaban las misas, no pudo resistir el peso del techo colapsado. En cuanto el techo cedió, el coro fue uno de los primeros espacios en sufrir daños graves.
“El peso de la estructura sobrecargó el área del coro, y no fue suficiente para sostener todo el peso que cayó de repente”, explicó el padre Fernando. La estructura que en su momento fue un espacio de celebración y de encuentro para los feligreses ahora yace en ruinas.
De igual forma, señaló que, afortunadamente ninguna imagen santa fue dañada, aunque 35 bancas quedaron deshechas, así como 2 abanicos. Sobre las imágenes dañadas, el padre comentó que poco a poco las irán rescatando. Ahora teme que se dañen ahora al quedar a la intemperie por la humedad, el sol y las lluvias.
EL ALTAR IMPROVISADO EN TEATRO
La tragedia no solo afectó la estructura de la iglesia, sino que también obligó a la comunidad a replantearse cómo continuar con las misas mientras se lleva a cabo la reconstrucción. El padre mencionó que las misas de fin de año y de inicio de año se celebraron en un altar improvisado en la explanada del Teatro Monseñor Gonzalo Balmes.
“El pueblo se unió para hacer de este espacio un lugar sagrado, decoramos el altar con flores, y las bancas fueron reemplazadas por sillas de metal. La gente vino y mostró su fe, lo cual fue un consuelo en medio de tanto dolor”, comentó.
Aunque la situación no es la ideal, el padre destacó la fortaleza de la comunidad, que se sigue uniendo para superar esta tragedia. Las misas se han celebrado en diferentes puntos, incluido el Santísimo, donde el aforo se ha limitado para garantizar la seguridad de los asistentes.
El padre Fernando también recordó que, pese a los esfuerzos y las solicitudes realizadas por sacerdotes anteriores, el INAH nunca brindó una respuesta oportuna. “Otros sacerdotes ya habían solicitado apoyo por las grietas en los costados, pero nadie escuchó. Lo que más duele es saber que todo esto pudo haberse evitado”, expresó con tristeza.
Las labores de reparación, que incluyeron la venta de panuchos y salbutes, así como rifas y kermeses para recaudar fondos, fueron los esfuerzos de la comunidad para salvar lo que aún se podía. Las donaciones fueron destinadas a comprar materiales como impermeabilizantes, pero el daño ya era tan grande que las reparaciones nunca fueron suficientes para evitar lo inevitable.
A pesar del devastador colapso, el padre Fernando mostró su esperanza de que la comunidad de Calkiní se recupere pronto. “Nuestra fe está intacta. La iglesia no es solo el edificio, es la comunidad que se une en cada misa, en cada oración. Eso no se ha perdido y no se perderá”, finalizó, haciendo un llamado a la unidad para seguir adelante con la restauración de la iglesia y la preservación de la fe en Calkiní.