En el Centro Histórico de Chihuahua, junto al majestuoso Palacio de Gobierno, se encuentra el local Pachamama. Es un espacio singular, donde las paredes respiran historias y la creatividad se plasma en piel y muros. Aquí, Luis González, un artista visual con casi dos décadas de trayectoria, transforma lo cotidiano en arte. Su historia es un testimonio de pasión autodidacta, inspiración callejera y un profundo amor por la cultura mexicana.
“Para mí vinieron de la mano”, confiesa Luis cuando se le pregunta qué llegó primero a su vida, si el graffiti o el tatuaje.
Comenzó pintando murales y haciendo graffiti, donde sus dibujos ya llamaban la atención.
Esa aceptación natural lo llevó a trasladar su arte a la piel. Aunque su formación fue principalmente autodidacta, Luis recuerda haber tomado algunos cursos de dibujo en La Asegurada, “muy buenos” según él, pero ya de adulto. Desde niño, el dibujo fue su único refugio y la habilidad con la que sabía que podía destacar. Sin pensarlo demasiado, simplemente dibujaba porque era lo que amaba hacer.
Luis rememora una influencia particular: los dibujos de un cholo de la Miller, cuya creatividad transformaba fotografías comunes en representaciones impactantes. “Incluso tiene uno que era los Niños Héroes en la estatua de México, y ya los convertía en cholos”. Esos primeros encuentros con el arte callejero marcaron el camino que seguiría.
Las obras de Luis son un mosaico de estilos: desde imágenes chicanas hasta motivos prehispánicos y retratos religiosos como Jesucristo y la Virgen María. Sin embargo, él mismo aclara que su preferencia es el llamado “estilo cholo”. “Más que chicano, es mexicano”, enfatiza. Este estilo se basa en tomar elementos existentes, como fotografías, y transformarlos en algo único.
“Hacer el estilo cholo es eso: agarrar algo que ya está y hacerlo al estilo de uno”.
VIDA COMO TATUADOR
Desde 2005, Luis ha trabajado en Pachamama junto a su esposa y su hermano. Recuerda los primeros años como una época difícil, cuando los tatuajes eran mal vistos y quienes los portaban eran considerados subversivos.
“Te tatuabas y, para empezar, no te daban trabajo”, dice.
Hoy, la percepción ha cambiado. Aunque la popularidad del tatuaje ha hecho que pierda algo de su carga rebelde, también ha abierto oportunidades.
“De cierta forma ha perdido la magia, pero sigue siendo algo que nos gusta y no nos perjudica. Es muy bueno que ya no se mire tan mal”.
Luis González no solo tatúa; transforma. Ya sea en la piel o en los muros, su arte es un reflejo de sus raíces, de su entorno y de su lucha constante por darle voz a lo marginal. Desde Pachamama, sigue escribiendo su historia, una línea a la vez, en un viaje donde cada trazo cuenta una vida, un sueño y un pedazo de historia mexicana.