CAMPECHE, CAMP.- El fervor guadalupano inundó Campeche este 12 de diciembre, cuando miles de feligreses se congregaron en el Santuario Diocesano Mariano de Nuestra Señora de Guadalupe para cantarle las tradicionales Mañanitas a “La Morenita del Tepeyac”.
Las campanas del recinto marcaron el ritmo de una jornada que quedará grabada en los corazones de miles de campechanos. Desde temprano, familias enteras llegaban al templo cargando ofrendas: arreglos florales, veladoras y pequeños vestidos como inditos, símbolo de gratitud y fe.
En el atrio, los mariachis ajustaban sus guitarras mientras un grupo de artistas locales afinaba sus voces. La música se convirtió en el preludio de un encuentro espiritual donde cada nota parecía elevarse hacia el cielo.
Entre las interpretaciones, destacaba la canción “A ti mi Virgencita”, entonada por una campechana que, con su voz llena de sentimiento, arrancó lágrimas y aplausos de los asistentes. Los peregrinos, exhaustos pero llenos de devoción, llegaban al santuario con antorchas en mano.
Sus rostros reflejaban el sacrificio de largas caminatas, pero también la satisfacción de cumplir sus promesas, que ni las bajas temperaturas por el frente frío número 14 pudieron derribar. La calidez de su fe superó cualquier adversidad climática.
HOMILIA DEL OBISPO
La misa, oficiada por el obispo José Francisco González González, comenzó a las 11:00 p.m. El templo estaba abarrotado. Cada banca, cada rincón, estaba ocupado por creyentes que escuchaban atentos la homilía.
“No dejen morir la llama de esperanza que nuestra Madre nos regaló en el Tepeyac”, instó el obispo, recordando el milagro guadalupano que une al pueblo de México desde hace 493 años.
Cuando llegó el momento de las Mañanitas, las emociones se desbordaron. Los asistentes alzaban sus voces al unísono, creando un coro improvisado que parecía tocar el corazón de todos los presentes.
Lágrimas de alegría, de gratitud, corrían por los rostros de quienes recordaban los milagros recibidos. Algunos pedían salud, otra unión familiar, pero todos compartíanun mismo sentimiento: la certeza de que sus plegarias serían escuchadas.
BENDICIÓN A CARAVANA DE FELIGRESES
Fuera del santuario, la actividad no se detenía. Conductores de taxis y motocicletas esperaban pacientemente para recibir la bendición del párroco Enrique Arriaga. Sus vehículos, adornados con globos y luces de colores, formaban caravanas que simbolizaban la unión de la comunidad.
Entre tanto movimiento, se escuchaban risas, oraciones y cánticos que resonaban por todo el barrio. Frente al santuario, una fila interminable de vehículos comenzó a avanzar lentamente, conductores de taxis, motociclistas y dueños de camiones aguardaban con paciencia su turno.
El párroco, vestido con su alba blanca y una estola adornada con detalles dorados, se posicionó a un lado de la caravana. En una mano sostenía una cruz y en la otra un aspersorio lleno de agua bendita.
Con movimientos pausados y ceremoniales, comenzó a rociar los vehículos mientras recitaba oraciones que pedían protección para los conductores y sus familias. Cada gota de agua parecía traer consigo una sensación de alivio y gratitud entre los asistentes.
Los conductores, algunos con las manos juntas en señal de plegaria, inclinaban la cabeza al pasar frente al párroco. Otros, visiblemente emocionados, tocaban el claxon o alzaban banderines con imágenes de la Virgen de Guadalupe, como si quisieran expresar su devoción de todas las formas.
Cuando la última unidad recibió su bendición, un aplauso espontáneo estalló entre los presentes. El párroco hizo una señal de despedida con la mano, mientras los vehículos se alejaban lentamente, llevando consigo no solo el agua bendita, sino también el calor de la esperanza y la fe renovada.
La noche cerró con una solemne bendición de imágenes religiosas y una última serenata a la Virgen. Los peregrinos, con sus rostros iluminados por la luz de las veladoras, se despidieron del santuario con la promesa de regresar el próximo año. Entre aplausos y porras a María, Campeche demostró que la devoción guadalupana sigue siendo un pilar de su identidad.