MÉXICO.- En un acto encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en Veracruz, trabajadores del Poder Judicial irrumpieron con la clara intención de confrontar al mandatario. Simpatizantes de la magistrada Norma Piña, actuando como “porros”, lanzaron una botella de agua contra el Jefe del Ejecutivo.
Tras esquivar el proyectil, el Jefe del Ejecutivo, les recordó con firmeza que las protestas son legítimas en una democracia, pero que recurrir a la violencia no es la forma adecuada de hacerse escuchar.
Es lamentable que en un acto que debería haberse centrado en la figura histórica de Benito Juárez y en la visita del presidente a Veracruz, el protagonismo lo haya tomado la violencia irracional.
El lanzamiento de una botella de agua contra el Jefe del Ejecutivo no solo es un acto de cobardía, sino también una muestra de cómo algunos sectores han perdido la brújula moral y política.
Que los trabajadores del Poder Judicial se encuentren en desacuerdo con la Reforma Constitucional es comprensible. Las protestas son un derecho legítimo en cualquier democracia que se precie, pero lo que resulta inadmisible es que la expresión del descontento se convierta en una agresión física. Lanzar una botella a un mandatario, cualquiera que sea, es cruzar una línea que no debe permitirse.
López Obrador, con la serenidad que lo caracteriza, esquivó el ataque y respondió con altura de miras: levantó los brazos y mantuvo la calma. Su reacción, firme y pacífica, contrasta con la actitud de quienes piensan que la solución a sus problemas es la violencia. Y eso es precisamente lo que ha intentado evitar a lo largo de su administración: que los conflictos políticos se resuelvan con agresiones.
Es crucial recordar que los enfrentamientos, como el que tuvo lugar entre simpatizantes de Morena y trabajadores del Poder Judicial, no son el reflejo de una democracia sana.
En cambio, son síntomas de una sociedad que debe aprender a canalizar sus desacuerdos de manera civilizada.
