Tras ser encontrado culpable de conspirar para traficar cocaína a Estados Unidos, la Fiscalía estadounidense solicitó al juez Brian Cogan que le imponga una sentencia de prisión de por vida al exsecretario mexicano de Seguridad Pública, Genaro García Luna.
Cabe destacar que el “súper policía” no solo ostentaba uno de los cargos más poderosos del país, sino que, al mismo tiempo, traicionaba a la nación que debía proteger.
La evidencia presentada durante el juicio fue abrumadora. No se trata de simples acusaciones, sino de testimonios de alto nivel que demostraron cómo García Luna, lejos de perseguir a los cárteles de la droga, se convirtió en su aliado más valioso.
Recibió millones de dólares en sobornos a cambio de facilitar el tráfico de cocaína hacia Estados Unidos. Los sobornos no solo compraron su silencio, sino también su activa colaboración: inteligencia sobre investigaciones, datos confidenciales de cárteles rivales y protección para que cantidades masivas de droga cruzaran libremente las fronteras.
La Fiscalía no pudo ser más clara: “El acusado explotó su poder y autoridad al aceptar millones de dólares en sobornos de una organización de tráfico de drogas a la cual juró perseguir”.
Este tipo de traición no solo puso en riesgo la seguridad de dos países, sino que desmoronó la ya frágil confianza en las instituciones mexicanas. La solicitud de una sentencia de cadena perpetua no es solo una demanda de justicia, sino un grito desesperado para que la impunidad no prevalezca.
Además, el intento de sobornar a otros presos para alterar su juicio es una muestra más del cinismo y desdén que García Luna ha demostrado hacia la justicia. En lugar de asumir la responsabilidad por sus acciones, trató de manipular nuevamente el sistema para salir ileso.
Es una conducta propia de un criminal acostumbrado a usar su poder en su beneficio, no de un servidor público.
El caso de García Luna debe ser una lección contundente. La corrupción, cuando se infiltra en las más altas esferas de poder, puede tener consecuencias devastadoras. En su momento, este hombre representó la promesa de un México más seguro; en realidad, trabajaba desde dentro para alimentar la maquinaria del narcotráfico. Su traición costó vidas, seguridad y la confianza en el gobierno.