CAMPECHE.- La fe en San Román se volvió palpable aquel mediodía, cuando alrededor de 600 fieles católicos se congregaron en la histórica iglesia para revivir uno de los rituales más esperados: la bajada del Cristo Negro de San Román. Era el preludio de una celebración que marcaría el 459 aniversario de su llegada a las tierras campechanas, una fecha que no solo resuena en los calendarios, sino en el corazón de un pueblo que ha mantenido viva esta devoción a lo largo de siglos.
Las campanas de la iglesia no cesaban de retumbar, como si cada repique fuera un llamado a recordar la fe que, a través del tiempo, ha sido testigo de alegrías y desventuras. Al interior de la parroquia, una multitud expectante no podía contener su emoción. Los aplausos resonaban con fuerza, los vítores se alzaban al cielo y, en cada rincón, se escuchaba el grito fervoroso de ¡Viva el Cristo Negro de San Román, Viva! El eco de estas palabras parecía rebotar en las paredes centenarias, cargando el ambiente de un fervor que solo aquellos que han vivido la fe en su forma más pura pueden comprender.
Desde las primeras horas de la mañana, los fieles comenzaron a llenar los bancos de la iglesia, buscando un lugar desde donde pudieran ser parte de la misa de medio día, presidida por el obispo José Francisco González. El obispo, consciente del peso de la tradición que sostenía, exhortó a los presentes a vivir estas fiestas con un sentido profundo de unión y respeto, a abrazar la religiosidad no solo como un acto de costumbre, sino como un verdadero acto de amor. Sus palabras resonaron en los corazones de los presentes, quienes asintieron con devoción, comprometiéndose en silencio a honrar esa petición.
Cuando el reloj marcó la 1:00 de la tarde, un nuevo repique de campanas anunció lo que todos esperaban: el inicio del descenso del Cristo Negro. El ambiente se llenó de una mezcla de sorpresa, emoción y profunda reverencia. Los ojos de los presentes seguían cada movimiento de la imagen con una mezcla de respeto y admiración, como si, en ese preciso instante, todo el dolor y la esperanza que habita en los corazones de los fieles se concentrara en aquella figura descendiendo lentamente.
Y así, bajo un manto de fervor y alegría, la bajada del Cristo Negro de San Román no solo marcó el inicio de las festividades, sino también el renacer de una fe que, con cada año, se fortalece en el corazón de Campeche. Porque en ese Cristo, que desde hace siglos acompaña a su pueblo, se encuentra el reflejo de una devoción que trasciende el tiempo y se renueva en cada generación.