Monreal creía a puño cerrado que con su salida el partido tricolor se debilitaba y, por lo mismo, podría perder la gubernatura y hablaba con sinceridad. Sus oponentes, que no eran nativos de Zacatecas, le contradecían y nunca se conformaron con sus afirmaciones, mientras que algunos priístas lo apoyaban y a veces hasta le pedían que cuando fuese candidato de otro partido y ganara las elecciones, promoviera la inclusión de antiguos compañeros del PRI en su gabinete.
En el fondo, Monreal no carecía de razón. Con su renuncia, el PRI no solo vio disminuido su número de diputados a 228 en la LVII Legislatura de la Cámara de Diputados (inició el 1 de septiembre de 1997; concluiría el 31 de agosto de 2000), de la que por vez primera el PRI era minoría ante la oposición conjunta, sino que perdió a uno de sus más eficaces litigantes en derecho electoral; uno de sus principales negociadores, que lo mismo maniobraba para alcanzar acuerdos con la oposición que para contener las rebeliones de sus compañeros, dolidos por los yerros del coordinador Arturo Núñez, durante la instalación de la dicha Legislatura.
Semanas después, Monreal aceptó hacerse candidato de la izquierda en Zacatecas con el apoyo de López Obrador, presidente del PRD, y el rechazo de la zacatecana Amalia García, en esa época la candidata natural. Y en junio de 1998, a los 38 años de edad, al ganar la gubernatura, se convirtió en el mandatario estatal más joven de una organización no priísta en la historia del país. Su sueño se había hecho realidad: se sentaría en el trono zacatecano.
RENCILLAS PRIÍSTAS
El volverse opositor, Ricardo generó odios y mezquindades que desembocaron en una grave acusación en 1998. Para seguir el pleito en su contra el gobierno se había valido de todo tipo de artimañas. Primero el PRI se negó a respetar el proceso de elección interno e impuso a Olvera Acevedo, candidato del gobernador saliente, Romo Gutiérrez. Fue entonces cuando decidió contender desde la izquierda partidista. En ese entonces resultaba casi una utopía derrotar al poderoso PRI: aún controlaba las dos cámaras legislativas a nivel federal, contaba con la mayoría de las gubernaturas y con recursos casi ilimitados. Sin embargo, confiaba en su poder de convocatoria.
Con esa confianza y voluntad, al poco tiempo, se convirtió en un rival con probabilidades de causar el primer descalabro al sistema priísta, al contar con posibilidades reales de ganar una gubernatura desde la izquierda. Las alarmas se activaron. Francisco Labastida Ochoa, recién nombrado secretario de Gobernación, en sustitución de Emilio Chuayffet, que andaba a la caza de quedar bien con el presidente Zedillo, con miras a sucederlo en el 2000, desde sus oficinas de Bucareli le lanzó la advertencia: –Te disciplinas… o te atienes a las consecuencias.
Ricardo, que era entusiasta de seguir en busca de la gubernatura de su tierra natal, supo, desde entonces, que la apariencia democrática del PRI había muerto, totalmente se había desvanecido. Y los ataques no tardaron en hacerse sentir.
A los pocos días, el queretano Mariano Palacios Alcocer, presidente nacional del PRI, en un mitin en Zacatecas aseguró que su partido “no había postulado a quien pudiera resultar vulnerable a críticas, a señalamientos político-electorales, por vínculos con un mundo de actividades turbias”. Al día siguiente, fue más directo, pero sin aportar prueba alguna, dijo que Ricardo Monreal Ávila tenía vínculos con narcotraficante que operaban en Zacatecas.
Con aquellas imputaciones, el partido en el poder creyó que, como lo había hecho con otros priístas, podría atemorizar y obligarlo a que retrocediera en su decisión de alcanzar la gubernatura. Lejos de eso, un día después de las declaraciones de Palacios Alcocer, Ricardo convocó a una conferencia de prensa en la que mostró el expediente que desde el PRI se estaba preparando en su contra. Y advirtió que con la ley en la mano vencería cualquier intento de desprestigio.
E s e m i s m o d o c u m e nto, elaborado por el gobierno priísta, se le había hecho llegar al entonces presidente del PRD, Andrés Manuel López Obrador, para que se cuidara de postularlo debido a estos antecedentes. La jugada era clara: eliminarlo de la contienda por el gobierno de Zacatecas. Sin embargo, la lectura de aquel expediente al tabasqueño le confirmó lo que ya intuía: que el PRI no las tenía todas consigo, y que, por lo tanto, el PRD podría llevarse su primera victoria en Zacatecas.
Como se acostumbraba en los tiempos del viejo PRI, la elección en Zacatecas estuvo viciada de origen con recursos públicos en favor del tricolor; había una clara intención de aplastar al candidato de la izquierda. Los priístas pudieron hacer fraude en las comunidades rurales (con alto analfabetismo) donde, por falta de recursos, el PRD tuvo dificultades para vigilar la totalidad de las casillas.
Con todo y esto, la maniobra oficialista no funcionó. Después de tantos sin sabores, angustias y frustraciones, de resistir ataques constantes, la voluntad popular se reflejó en las urnas el domingo 5 de junio de 1998: con el 45 por ciento de los sufragios emitidos y siete puntos porcentuales arriba del candidato del PRI, el voto le favoreció para ser gobernador durante el periodo 1998-2004.
Ricardo Monreal, por fin pudo tomar un respiro cuando los medios de comunicación nacionales y locales, anunciaron que el PRD estaba arriba en Zacatecas y López Obrador le pegó una palmada fuerte sobre el hombro mientras, con una amplia sonrisa en los labios, le decía: –¡Felicidades, ciudadano gobernador!
Pero aún seguía de pie el andamiaje construido desde la cúpula política en su contra, para causarle daños morales y políticos irreversibles (continuará).