Marcelo Ebrard Casaubon es uno de los políticos más conocidos de Morena. Si bien nació en la Ciudad de México el 10 de octubre de 1959, sus raíces son francesas: sus abuelos, por ambas ramas, fueron originarios de Barcelonnette, en la Costa Azul y los Alpes franceses, y la región del Béarn, cercana a Los Pirineos; llegaron a México por 1820.
Marcelo es el segundo de ocho hijos del matrimonio entre Marcelo Ebrard Maure y Marcela Causaubon Lefaure, quienes también trajeron al mundo a Lourdes, Francisco, Fernando (+), Alberto, Enrique, Fabián y Eugenio. Su formación educativa la hizo dentro del catolicismo: la primaria y secundaria, en el Colegio Simón Bolívar; la preparatoria, en la Universidad La Salle, y la licenciatura en el Colegio de México; se especializó en administración pública en la École Nationale d’administration, de París, Francia.
Cuéntase que en 1847 el joven Jean Baptiste Ebrard –su tío abuelo–, en un pequeño local del centro de la Ciudad de México comenzó a vender telas finas, y 25 años después, en 1872, ya conocedor de las noblezas del negocio, decidió importar la mercancía de Europa que embarcada desde el puerto de Liverpool, Inglaterra, por lo que decidió nombrar a su pequeña tienda “El Puerto de Liverpool”, empresa que al día de hoy tiene presencia en varias ciudades de México, en donde opera más de 300 tiendas y centros comerciales en los que laboran más de 40 mil empleados; cotiza en la Bolsa Mexicana de Valores y sus acciones están entre las más importantes.
Desde luego que esto no sucedió de la noche a la mañana, ni se logró por obra y gracia del Espíritu Santo, pues en 1895, al morir Baptiste Ebrard dejó su legado a un grupo de socios franceses quienes, aprovechando la fama del exitoso difunto, decidieron invertir en el pequeño negocio que poco a poco evolucionaron hasta convertirlo en varios locales, para, finalmente, establecerlo en un edificio de la calle Venustiano Carranza, en el Centro Histórico de la Ciudad de México en 1936.
En 1906, con apenas once años de edad y sin saber una sola palabra en español, procedente de Barcelonnette, hallamos a su abuelo paterno Marcelo Ebrard Reynaud, viajando en un navío con rumbo a las costas mexicanas. Reynaud, años después, se prendería y casaría con María de la Luz Maure y García del Valle, hija (nacida en México) del emigrante francés Camilo Maure. Ambos concibieron –el 25 de agosto de 1929, en la Ciudad de México– a Marcelo Ebrard Maure, padre de nuestro personaje central de este fascículo. Reynaud pronto sería víctima de un suceso irreversible: a la edad de 48 años, murió durante un accidente automovilístico ocurrido en la carretera México-Puebla.
Apenas concluyó la Segunda Guerra Mundial, el conflicto bélico más importante del siglo XX registrado entre 1939 y 1945, Reynaud y su esposa María de la Luz enviaron a su hijo Marcelo Ebrard Maure a estudiar arquitectura en París. De regreso a México, andando el tiempo, ya convertido en arquitecto, se enamoró de la jovencita Marcela Casaubon Lefaure y de ese amor, bendecido por el matrimonio, nacerían una hija: Lourdes (la mayor) y siete hijos más: Marcelo, Francisco, Fernando, Alberto, Enrique, Fabián y Eugenio.
Más después, en 2004, su madre doña Marcela Casaubon fallecería a causa del cáncer y, seis años después, en noviembre de 2010, perecería su hermano Fernando, víctima de un viejo padecimiento. Como la muerte es un ente que jamás pide permiso, en octubre de 2019 de nueva cuenta visitó a la familia Ebrard Casaubon. Ese mes dejó de existir su padre Marcelo Ebrard Maure, a los 90 años de edad.
MUJER MUY SABIA
Concluida la preparatoria en la Universidad La Salle, Marcelo Ebrard Casaubon dio muestras de su carácter impulsivo que afectaba su sensibilidad para tomar buenas decisiones, por lo que recibió una reprimenda de doña María de la Luz Maure y García del Valle, su abuela, por dudar seguir sus instintos. Inútil es decir que de no haber seguido aquellos consejos hoy su historia sería muy diferente. Quería estudiar sociología en la Universidad Autónoma de México (UAM), pero ante la insistencia y de la anciana de que presentara examen de admisión en el prestigiado Colegio de México realizó la complicada prueba y, para su sorpresa, quedó entre los pocos estudiantes elegidos.
“Mamágrande”, como le decía de cariño a su abuela paterna, fue quien le sembró la idea y machacó de que presentara aquel examen de admisión al Colegio de México que, sin saberlo en ese momento, sería su primera conexión con la política en tiempos en los que el resto de su familia veía o creía ver que esta actividad se desarrollaba en un ambiente “riesgoso y poco recomendable”. Hacerle caso a Mamágrande, le cambiaría la vida.
Se podría decir, entonces, que doña María de la Luz Maure y García del Valle fue su gran influencia en su existencia. Incluso él mismo así lo confiesa en su libro “El Camino de México”, escrito en primera persona para reseñar su vida, trayectoria, sus proyectos y sus cuatro décadas como funcionario público.
Narra que “Mamágrande”era una mujer devota y creyente católica y que sien do él un niño, con frecuencia la acompañaba a misa. Dice que aun cuando podía ser una dama muy tradicional, también era una firme vasconcelista que formaba parte de uno de los círculos feministas más activos de los años veinte. Actividad que la volvió cercana a Antonieta Rivas Mercado, defensora de los derechos de la mujer y la principal promotora de la campaña presidencial de José Vasconcelos en 1929, en la cual también participó activamente su abuela.
“Me contaba cómo recorrió la ciudad defendiendo los votos en las casillas contra el fraude. Pero, como muchos otros de su generación, también se alejó de la militancia después de la derrota y el exilio de Vasconcelos, al calor de uno de los más escandalosos fraudes electorales de los que se tenga memoria”, describe en su libro Marcelo Ebrard.
“Mamágrande me conocía bien… Fue mi abuela quien generó confianza en mí y la que, en buena medida, me convirtió en quien soy”, reconoce en las páginas del primer capítulo de su obra. Doña María de la Luz Maure y García del Valle vivió hasta los 90 años, por lo que pudo ver los comienzos de su nieto como funcionario público, a quien, una vez que egresó del Colmex, no dejaba de aconsejarle que defendiera lo que creyera correcto.