Los tiempos han cambiado, y en Cartagena de Indias, antes un lugar de esclavos, se enorgullecen de la afrocolombianidad; se celebra, saborea, escucha y observa a cada paso.
Por las callecitas de la ciudad amurallada en la Plaza de San Pedro Claver, o por el Parque de Bolívar, es común encontrar mujeres de lustrosa piel oscura vendiendo fruta. Tienen la costumbre de dejarse retratar por su clientela, turistas que quedan fascinados tanto por la frescura de los productos que venden como por su vestimenta. A veces, en esta última, resalta el amarillo, rojo y azul, como los colores de la bandera colombiana.
A estas mujeres se les conoce como palenqueras, y son el eco de los palenques o comunidades fundadas por esclavos fugitivos en el siglo 17. De entre ellas, Palenque de San Basilio es el único pueblo que sobrevive, con unos 3 mil 500 habitantes al sureste de Cartagena.
El mayor encanto
Es innegable que gran parte del encanto de este destino, tanto material como inmaterial, tiene herencia afro.
Los viajeros recorren el Castillo de San Felipe de Barajas, y aprenden que fue mano de obra esclava la que levantó esta fortaleza a mediados del siglo 17 para defender al puerto de los invasores. Más tarde, se come bien en alguno de los restaurantes que hay alrededor de la Plaza de Santo Domingo. Se pueden adquirir artesanías en Las Bóvedas, buscar un sitio en una terraza para contemplar cómo el atardecer cae sobre el Mar Caribe, y de noche, experimentar un paseo en carroza bajo las luces ambarinas.
Sin esperarlo, Cartagena de Indias invita a la re exión: más allá de su belleza arquitectónica, el destino se queda en la memoria como un recordatorio de rebeldía y resistencia. Además, inspira a mantener la lucha en contra del racismo, la discriminación y la exclusión.
Con informaciónde Agencia Reforma.